Espiral de violencia

Un Estado ausente da lugar a cadena de violaciones que culminan en muerte de niña de 11 meses.

Algo muy terrible debe de estar pasando en la sociedad peruana para que un hombre de 18 años violente hasta matar a su hija de 11 meses, producto también de una violación de la madre de 14 años. ¿Dónde estuvo el Estado en primer lugar para proteger a las dos niñas que estuvieron en riesgo permanente en compañía de un violador?

En este caso policial que asombra y aterra, se resume toda la violencia doméstica que afecta a un gran número de hogares peruanos. Y se hace ostensible el abandono estatal. Una vez ocurrida la tragedia, comienzan los comunicados de solidaridad, de denuncia, con números de teléfono a los que llamar y con protocolos que seguir. Todo inútil, si no existe la voluntad del Estado de prevenir y alertar. Desde las aulas, con trabajo con la familia y también en las postas médicas, locales comunales, etc.

Se requiere la presencia del Estado, proactivo y garante de derechos. Resulta increíble que una adolescente que ha sufrido agresión física sea obligada a mantener una relación con el agresor e impedida de elegir el aborto terapéutico. Y que la criatura nacida de esa agresión no sea vigilada ni protegida debido a la gravedad de los antecedentes paternos.

Esta historia de desidia y abandono que ha terminado en una tragedia que todos lamentamos bien pudo evitarse con una acción más decidida de todos los estamentos de la sociedad. Ya estaban dadas las alertas por el hecho mismo de tratarse de una adolescente en alto riesgo, con un entorno familiar violento y con una hija de 10 meses. ¿Qué pasó con la comunidad de vecinos, con los profesores y alumnos, con los padres de familia?

La normalización de la violencia ha calado hondo y nos ha convertido en espectadores indolentes. También, que las víctimas sean cada vez más pequeñas e indefensas nos va produciendo cada vez menos asombro.

Ahora se trata de una niña de apenas 11 meses que ha sido víctima de delitos monstruosos, atacada por su propio padre, de 18 años, que ya tenía en su haber otras víctimas de agresión sexual. Todo ello ante un Estado permisivo, que actúa cuando ya todo está consumado y una sociedad paralizada e inoperante.

La espiral de violencia en la que estamos cayendo irremediablemente debe enfrentarse en forma decidida antes que la anomia nos gane la partida. Es el tiempo de reclamar más acción del Estado y una mayor acción colaborativa de la sociedad. Se trata de proteger el bien más preciado, el ser humano, y con especial énfasis en los más vulnerables.