Opinión

El bocón despedido

“Pero los problemas de Fox News no han terminado ahí. Pocos días después de firmado el acuerdo extrajudicial, publicó un comunicado en el que anunciaba que Tucker Carlson abandonaba su pantalla”.

Tola
Tola

Son días agitados para la prensa mundial. Harta de las tergiversaciones, insinuaciones, ataques arteros y denuncias sin sustento, la empresa de votación Dominion demandó a Fox News, la cadena de televisión por cable más vista de los Estados Unidos, cuyos presentadores organizaron un verdadero festival alrededor de Donald Trump, sobre todo desde que, en 2020, cuestionó las elecciones que lo dieron por perdedor, calificándolas de “fraude”.

Aunque la libertad de expresión goza en los Estados Unidos de la máxima protección constitucional y el juicio estaba en curso, la cadena informativa, propiedad del magnate Rupert Murdoch, se apuró en firmar un acuerdo extrajudicial para cerrarlo, a cambio de un pago de vértigo: 787 millones de dólares. Así evitó el bochornoso espectáculo que habría sido el desfile, uno por uno, de sus conductores estrella, un golpe mortal seguro.

El comportamiento de estos espadones mediáticos del trumpismo quedó en evidencia durante el juicio, cuando se hicieron públicas las comunicaciones entre productores, presentadores y ejecutivos, en las que se transparentaba que no creían en las patrañas de Trump pero siguieron difundiéndolas durante horas de cobertura, lo que alimentó el extremismo y llevó al sistema democrático norteamericano a una de las peores crisis de su historia.

Pero los problemas de Fox News no han terminado ahí. Pocos días después de firmado el acuerdo extrajudicial, publicó un comunicado en el que anunciaba que Tucker Carlson abandonaba su pantalla. Presentador estrella de la cadena, dueño de un discurso racista, conspirativo, antivacunas, defensor de Vladimir Putin, Carlson era de los que peor parados quedaban por la revelación de las comunicaciones privadas, en las que decía que odiaba “apasionadamente” al mismo Donald Trump que alababa al aire. Según un reportaje de The New York Times, sus mensajes eran todavía más “ofensivos” y “vulgares” que las barbaridades que decía en su show.

Estos incluían insultos a entrevistados e, incluso, a los ejecutivos de su propia empresa, los que, junto a la personalidad arrogante y polémica de Carlson —tanto fuera como dentro de la compañía—, y a una demanda de su antigua productora por prácticas misóginas y abusivas, terminaron por hartar a sus jefes. Se suma a una larga fila de despidos dentro de una cadena que ha sabido mantener sus niveles de sintonía a pesar de las tempestades que la rodean (más bien, gracias a ellas).

Como dice The New York Times: “A pesar de la influencia política que podía ejercer y el dinero que su programa de mayor audiencia aportó a la cadena, en última instancia, Carlson tuvo que reconocer que estaba al servicio de los Murdoch”. Alguien con su arrogancia y cinismo, que recuerda tanto a colegas de otras latitudes, sería incapaz de admitir esta idea, así como el siguiente principio, elemental de la profesión: que la libertad de expresión debe ser manejada con responsabilidad y, cuando se cometen abusos en su nombre, no pueden quedar impunes.