Hace 93 años –16 de abril de 1930– fallecía en Lima José Carlos Mariátegui y es bueno recordarlo, en este caso, por periodista. Y ahí está su casa, en el jr. Washington 1946 –designada en ese entonces como Washington Izquierda N° 544 970– y que luce hoy como en aquellos días. Soleada, ventilada, amplia y acogedora. Los muebles tallados de línea italiana se conservan tal cual. Apenas falta la pequeña máquina de escribir Remington. Apenas falta el desorden perfecto de la ilustrada biblioteca. Apenas falta el apacible y refugiable Rincón Rojo. Apenas falta el periodista corajudo, el lúcido intelectual, el joven maestro que hizo de los espacios de éste, su recinto doméstico –hoy convertido en casa-museo– morada, aula y ágora en un momento sombrío y dramático para reinventar un país.
Era la residencia de José Carlos Mariátegui, hogar-taller, lar y laboratorio donde el periodista se rebelaba contra una sociedad en las brasas del autoritarismo corrupto del presidente Augusto B. Leguía. En tiempos de la «Patria Nueva», se cerraban periódicos y revistas, se quemaban las imprentas, se encarcelaban y desterraban a periodistas y enemigos del régimen. Así, turbas alentadas por el Gobierno, asaltaban e incendiaban diarios como La Prensa o EI Comercio y Mariátegui, que desde su retorno de Europa vio resquebrajada su salud, abría las puertas de su casa para sus amigos y compañeros.
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A las seis de la tarde se iniciaban las llamadas tertulias. A esa hora llegaban tres o cuatro nuevos o viejos camaradas. Una hora más tarde, la sala-estudio se hallaba repleta de jóvenes. Y se hablaba de política como de arte, de música como de sindicalismo, de literatura como de ideas socialistas. Pero sobre todo, se hablaba a voces del Perú. ¿Y qué significaba ser periodista en esa época? Ser severos y críticos con los fastos del Gobierno represivo. Y el periodismo era en ese entonces la mejor fuente para acercarse a la realidad peruana, tan poco conocida y estudiada. Juan Gargurevich ha señalado con propiedad que Mariátegui regresó al Perú en 1923 convencido de que la vía socialista era la única salida.
Pero aclara que sus ideas revolucionarias fueron fruto de una experiencia que nació a los 14 años, cuando ingresó a trabajar a La Prensa y que evolucionó rápidamente hasta convertirlo en uno de los periodistas más lúcidos del país y luego precoz director, junto con César Falcón, del diario más radical de su tiempo: La Razón. Y este es mi homenaje.
Cronista, poeta y profesor en la Universidad de Lima. Estudios en Lingüística y periodismo. Editor en la mayoría de los medios peruanos y corresponsal en revistas del extranjero. Autor de una treintena de libros sobre comunicación, lenguajes alternativos y culturas urbanas. Con premios en Casa de la América y Prensa Latina (Cuba) y Etecom-Perú.