Opinión

Dos Castillos a falta de uno, por Mirko Lauer


Una nota de Iván Arenas en el Caretas de esta semana se pregunta si habrá un próximo Pedro Castillo. Su inquietud nace que una seguidilla de fracasos estatales podría dar un nuevo “engaño discursivo” y un Gobierno que haría tiras toda forma de convivencia en el país. En cierto modo, es una pregunta que se responde sola.

Si el tema son los fracasos estatales, un segundo Castillo, presencial o virtual, no parece la forma de evitar que se repitan. En esos 18 meses ha habido una lección al electorado.

En otro tono, un amigo de izquierda me dice que si bien es prácticamente imposible que Castillo mismo pueda competir en un futuro, su imagen tal como la definen las encuestas puede lanzar una candidatura con cierto interés. Esta es otra forma de aproximación a la idea de Arenas: Castillo como un elector dentro de la izquierda.

Ambas aproximaciones de alguna manera se remiten a la noción de que Castillo no está estadísticamente liquidado. Si bien su simpatía como potencial candidato es casi nula, ese es el caso de todos los políticos. Para algunos es importante el alto porcentaje para quienes Castillo no golpeó, sino más bien fue golpeado por el Congreso.

En verdad, el castillismo tiene 100 argumentos para justificar el golpismo, la corrupción o la ineptitud que han definido el paso de su líder por Palacio; pero ninguno ha durado mucho. La propia idea de que la protesta pasada (Sinesio López piadosamente la ve “en reposo temporal”) fue por la caída de Castillo ya casi no se sostiene.

A estas alturas, cabe preguntarse si Castillo será un activo o un pasivo de la izquierda en una próxima elección. Con todo lo que ha pasado a representar, es difícil que el sombrero pueda conservar su antigua magia campechana. Al mismo tiempo, en la era de los partidos de alquiler, es inevitable que la prenda mantenga una cierta presencia.

Si es cierta la frase, según la cual Castillo ha liquidado las posibilidades electorales de la izquierda, entonces la frase incluye al propio expresidente. El cual, además, no ha dejado un solo seguidor con peso político. Algo que quizás se explica a partir de que no había qué seguir. El descrédito de lo castillista es bastante parejo.