Nunca en la historia republicana del Perú los gobiernos subnacionales han tenido más recursos públicos y más competencias que hoy. Casi 20 años de descentralización deberían haber producido un impacto notable y positivo en la calidad de vida de todos los peruanos, reduciendo las enormes brechas que el centralismo causó durante los 180 años anteriores. Sin embargo, si bien hay mejoras importantes, distan mucho de haber cerrado inequidades. Los gobiernos regionales tienen competencias ejecutivas en educación, salud, infraestructura y todos los sectores productivos. ¿Han mejorado los servicios de educación y salud? Basta ver lo que sucedió en pandemia para no tener que explayarme más. La infraestructura ejecutada tiene un sinnúmero de ejemplos de abandono, litigiosidad e inutilidad que harían necesario varias columnas. La producción del país avanza pese a los gobiernos regionales y locales, no de la mano de estos.
¿Qué pasó? ¿Cómo se frustró el sueño de la descentralización política, económica y social del Perú? La única forma de entenderlo es analizando las gestiones de esta generación llamada a traer prosperidad. Dos males los atravesaron: la falta de competencia para la gestión y la corrupción.
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¿Se puede corregir? Se puede. Pero se requiere la reforma de la madre de todos los problemas: la de los movimientos regionales y los partidos políticos. Instituciones que tienen poca regulación, mal aplicada y peor fiscalizada, son las promotoras de pésimos candidatos cuya incompetencia (en el mejor de los casos), cuando no de su prontuario, es lo único de lo que podemos dar noticia.
Las municipalidades, con competencias mas acotadas, reciben el 2% de toda la venta en el Perú. No es poca plata. Reciben, además, canon y transferencias directas del Ejecutivo para un sinnúmero de actividades y para proyectos priorizados de obra pública. No es poco, pero también lo hacen mal. El debate de los candidatos a Lima se centró en seguridad ciudadana (un problema real) y se mintió una y otra vez a los electores, asumiendo competencias policiales que ningún alcalde tiene. No hubo la menor rectificación cuando se hizo evidente la mentira. Nos esperan 4 años para recordarla todos los días.
La campaña prendió tarde, como siempre, esta vez ocupados en la desgracia de presidente y congresistas que el mismo electorado eligió el 2021. No hay nadie que inspire. No hay una idea novedosa, un programa de largo plazo. No hay una sola agrupación política que, al margen de ganar o no, trate de sembrar una visión de futuro de distrito, provincia o región.
Parece que todos han olvidado por qué vamos a ir a votar este domingo. La razón de fondo es la misma en todas partes: queremos y podemos vivir mejor. De eso se trata todo. A nivel municipal-provincial queremos tener condiciones básicas de agua y desagüe para todos; un programa de disposición de basura moderno, que recicle con orden y con capacitación de la población, dado que son las municipalidades provinciales las que tienen el monopolio de los pocos rellenos sanitarios que hay en el país (la mayoría son botaderos); espacios públicos seguros, amplios, accesibles, verdes, gratuitos, limpios y con servicios para toda la familia que hagan en algo soportables las horas de hacinamiento que millones de ciudadanos sufren en Lima; una vialidad que no mate sino que proteja la vida y que nos devuelva las horas que perdemos en movernos por la ciudad.
El alcalde no puede “atrapar” choros, pero sí puede darnos un parque seguro, iluminar donde está oscuro, organizar un pequeño patrullaje en zonas críticas, mantener el orden y la limpieza pública. Un alcalde no te puede dar trabajo, pero puede convencer a sus vecinos para mejorar el aspecto terminado de sus viviendas, cuidar un monumento arqueológico y desarrollar un atractivo turístico que puede darles un trabajo indirecto a todos. Nada de eso se ha dicho en campaña. Ni una idea siquiera sobre cómo mejorar el aspecto de Lima, una ciudad a medio construir donde nadie termina su casa para no pagar el impuesto predial completo y donde usar un baño público (si lo encuentras) es jugarte la vida. Una ciudad donde el peatón tiene que agradecer en el crucero peatonal el no ser atropellado y donde los derechos de los niños, las personas con discapacidad o los de los migrantes no existen, porque ni siquiera se les menciona.
Hasta que no se reformen los partidos políticos y se les siga permitiendo ofrecer esta pésima cartelera, la culpa no es de los electores. Es de los legisladores. Mientras tanto, cuatro años más de incompetencia y cutra. No importa quién gane. Hoy votamos sin ninguna esperanza.
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