El frustrado cambio de presidente del Consejo de Ministros deja ver, una vez más, la incapacidad de un Gobierno errático y aislado. El miércoles Aníbal Torres hizo pública su carta de despedida usando el eufemismo de “poner su cargo a disposición”. El jueves, en su cuenta personal de Twitter, el presidente Castillo publicaba un llamado universal: “Convoco a los partidos políticos, sociedad civil y organizaciones a ser parte de un gabinete de ancha base que trabaje por el Perú”. El viernes en la noche, usando la misma vía, anunciaba que “no he aceptado la renuncia del premier (sic) Aníbal Torres, quien se compromete a seguir trabajando por nuestro país”. Solo hizo tres cambios y tres enroques de ministros. ¿Qué pasó?
La primera penosa hipótesis es que nadie aceptó la PCM. Ni siquiera los ministros franeleros. El presidente pudo haber recurrido a sus exsocios más radicales. Ni ahí lo quieren. Vladimir Cerrón hace tiempo que zafa cuerpo. El único punto de acuerdo con Castillo es su permanencia. En lo demás, está solo. Si el presidente no quería forzar una censura poniendo a un impresentable (que los hay) y no tenía recambio de su gusto, ¿por qué permitió que Torres hiciera pública su renuncia?.
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Tal vez, sus asesores, los mismos de la estrategia de victimización que va en combo con “nos va estupendo, pero la prensa es la culpable de ocultarlo”, llegaron a la conclusión de que un cambio era un refresco urgente. La novedad que, por unos días, haría desaparecer el protagonismo de Bruno Pacheco y su cada vez más abundante colaboración eficaz. En el mundo de vanas ilusiones en el que vive el entorno de Castillo, ¿quién le diría que no? Si fue así, debe ser el fracaso más sonoro en materia de armar psicosociales. No solo vamos a seguir hablando de corrupción. Algunas designaciones agravan la situación.
La segunda penosa hipótesis es la de la renuncia masiva. Un grupo de ministros había dado plazo para irse, discretamente, el 28 de julio. Un cambio de primer ministro era la oportunidad perfecta para partir y desligarse de las investigaciones contra Castillo. Recordemos que se le procesa por hechos ocurridos durante su mandato por lo que muchas de sus acciones solo podrían haber sido instrumentalizadas a través de uno o mas ministros.
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Algunos de ellos, aún con trayectorias que cuidar y cada día mas asustados por lo que van conociendo de las investigaciones, nunca se unieron al coro sobón. Han esperado la primera oportunidad para avanzar despacito a la salida de emergencia. No sé cuántos son, pero me dicen que Landa y Graham se van muy aliviados, aunque es inentendible por qué personas como Rodríguez y Burneo han aceptado reemplazarlos. Salvo que crean que ya no tienen nada que perder y ser ministro, aunque sea de Castillo, era un sueño por cumplir.
La tercera penosa hipótesis es la del encubrimiento de asuntos no investigados, donde se necesitan de absolutas lealtades. Geiner Alvarado es el ministro sobreviviente. Hace más de un año juramentó en el gabinete Bellido como ministro de Vivienda.
Esta es su quinta juramentación, aunque esta vez lo pasaron a Transportes y Comunicaciones, el ministerio que, hasta marzo, y luego hasta mayo, fue controlado por el prófugo Juan Silva. Para nadie es un secreto que el Ministerio de Vivienda ha sido también fuente de adjudicaciones, concursos y licitaciones, hoy bajo investigación. Es con un decreto supremo de Vivienda que se autorizan las hoy investigadas obras del distrito de Anguía. En lugar de remover al ministro, ¿se le premia con un presupuesto más sustancioso?
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Por otro lado, nada impide nombrar a un ministro censurado en una cartera diferente, pero jamás se ha hecho. ¿Un gabinete de ancha base se convoca llamando a esa ministra que los mismos partidos convocados acaban de censurar? Salvo que sea de una impostergable y oculta necesidad, no se entiende el nombramiento de Betssy Chávez. Mucho menos en el Ministerio de Cultura, un sector golpeado por ministros incultos en los quehaceres de esa cartera.
Pueden escoger la hipótesis que quieran o las tres juntas. Lo cierto es que el gobierno ha evidenciado, una vez más, sus enormes contradicciones, su soledad y su conducta desesperada por tapar lo que a estas alturas es evidente: nadie se acerca a la decadencia, salvo que acepte que su futuro político no existe.
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