Se habla de polarización en el debate público como algo vinculado a este Gobierno, pero lo cierto es que este proceso no es exclusivo de Perú, viene de atrás, y la posible solución pasa por quienes más se resisten a que las cosas cambien en su entorno.
A nivel internacional, el ejemplo que se suele dar es el triunfo del Brexit, así como el de Trump, por lo que el 2016 se plantea como un año donde estas tendencias eclosionaron. La polarización, vinculada a su vez a la aparición de populismos de izquierda (con mayor frecuencia en América Latina) y de derecha (más asociados a Europa), se extiende en todo el planeta. El consenso sobre las bondades de la democracia representativa se ha roto y el populismo es un síntoma que amenaza, pero que a la vez plantea la necesidad de cambios. El maniqueísmo, presente en el populismo y en la polarización, se dan de la mano.
Ipsos ha difundido un estudio realizado este año en 25 países del orbe (Sentimiento de sistema roto en 2021. Populismo, anti-elitismo y nativismo) donde se observa cómo, entre los seis países con los niveles más altos de actitudes populistas, cuatro son latinoamericanos. Chile destaca en primer lugar, seguido de Colombia y Perú (tercero y cuarto, respectivamente), con semejantes puntajes. Sexto está Brasil. Chile se caracterizó por tener un sistema de partidos sólido que entró en crisis y derivó en la actual Constituyente; Colombia ha vivido un lento proceso de desgaste de su sistema representativo y ya hemos visto los problemas en sus calles. En Brasil el populismo de izquierda y derecha se enfrentan rodeados de escándalos de corrupción y en Perú, con un sistema de partidos hace tiempo inexistente, la confrontación y el etiquetamiento solo se acentúan.
La polarización, que se suele entender en términos principalmente políticos, está vinculada también a procesos sociales. Suponen la preexistencia de una mirada dicotómica donde un sector social ve al otro como amenaza y explicación de sus problemas. El punto es que esas actitudes, que pueden estar latentes, se pueden expandir a lo político cuando se encuentran con un discurso mediático y partidario que las cristaliza y refuerza dándoles nuevos argumentos. En Perú, una de esas creencias pasa por la oposición limeño/provinciano, que en el fondo es un eufemismo de limeño/serrano, pero que también se mezcla con clivajes socioeconómicos y de estatus. El racista choleo, creer que el problema del Perú son “los cholos”, así como la adjudicación a Lima y al centralismo de todos los problemas, no son ninguna novedad.
Cambios en los medios y en la política hacen que estos sentimientos se reestructuren y profundicen. Del lado de los medios, la fragmentación de la oferta ha llevado al desarrollo de una lógica de nichos de consumidores. El público (de Lima y del interior) tiene más para escoger. En la época de medios más abiertos a públicos diversos uno podía escoger qué leer, pero de algún modo se estaba expuesto a algún nivel de diversidad de contenidos. Hoy eso no es así y la participación en medios sociales lleva a profundizar este proceso de reforzamiento más que contraste de ideas.
En la política, la crisis de representación de los partidos llevó a un vaciamiento del debate y a la fragmentación partidaria. Hoy no hay casi ninguna agrupación electoral que se pueda reclamar nacional. Se habla solo a ciertos segmentos. Basta mirar las últimas encuestas. Si bien el populismo no es nuevo en nuestro país, sí lo es que exista uno de derecha con la violencia y el esquematismo que ventila. Por otro lado, el protagonismo de un populismo de izquierda vinculado a las demandas de la población de la sierra nunca ha estado tan cerca del poder. Mientras tanto, las dirigencias partidarias siguen sin ver que tienen que cambiar, reformar sus agrupaciones y su forma de organizar la política para reconectar con la ciudadanía.
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