El litio está de moda, y no porque se utiliza en el tratamiento de la depresión y el trastorno bipolar de las personas. No. Su consumo en las baterías ha aumentado fuerte en los últimos años, pues se usa en celulares, herramientas eléctricas y aplicaciones de almacenamiento en red.
Y, sobre todo, porque las baterías de litio son la fuente de energía de los vehículos eléctricos (VE). Ya se pronostica que, al 2030, la venta de nuevos VE será el 40% de las ventas totales. Así, el litio forma parte de la transición energética del siglo XXI, que deja de lado los combustibles fósiles de efecto invernadero y que causan el cambio climático que hoy nos azota.
Según la EIA de EE. UU., su demanda para los VE aumentará de 13 a 42 veces del 2020 al 2040, el níquel de 7 a 19 veces y el cobre de 2 a 3 veces. Y hay una carrera estratégica entre EE. UU. y China para asegurar “su acceso” a las reservas mundiales.
Traigo esto a colación porque hay litio en Puno, en la mina Falchani, de la canadiense Plateau Energy, que se suman al llamado triángulo de litio de América del Sur. De los 21 millones de toneladas de reservas mundiales (según el US Geological Survey 2021 de EE. UU.), Chile (Salar de Atacama) y Argentina tienen 9.2 y 1.9 millones MMT, respectivamente, o sea, el 61% del total.
Estos 11.1 MMT no incluyen a Bolivia que, según el mismo USGS 2021, tiene nada menos que 21 MMT de recursos, que pasarán a reservas cuando la producción comience. Bolivia pasaría a Chile y será el país con las mayores reservas.
Las reservas de Falchani son de 4.7 MMT. Y debieran haber activado los requisitos para que su explotación esté acompañada de objetivos nacionales, como lo hizo Chile que, en el 2016, formó una Comisión Nacional del Litio para que el Estado defina las condiciones y participe en la actividad (1). Actualmente, Chile exporta US$ 900 millones anuales, reserva 25% del litio para el mercado interno y destina US$ 25 millones para la investigación.
En junio, Argentina y Bolivia acordaron una agenda común de intercambio para la extracción e industrialización del litio y energías renovables, con la participación de las estatales petroleras YPF e YPFB, así como con Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB).
En el Perú la canadiense Plateau Metals, que tiene la concesión Falchani, la vendió hace poco a la también canadiense American Lithium, cuyos planes consisten en potenciar sus activos en EE. UU. y participan en la iniciativa de Elon Musk, dueño de la fábrica de autos eléctricos Tesla en Nevada.
Aquí entra la “singularidad” peruana. En julio el Congreso aprobó la Ley 31283, que declara de necesidad pública e interés nacional la explotación e industrialización del litio y sus derivados para garantizar su desarrollo sustentable por ser estratégico. La intención es que el Perú forme parte de la cadena de valor global del litio, tal como nuestros vecinos.
Sucede que el Congreso la aprobó “por insistencia” por 99 votos a 0, ya que el Ejecutivo la observó porque “vulnera disposiciones presupuestarias, implica un desembolso de recursos del Tesoro Público” y “porque ya existe un marco legal que regula el objeto materia de la ley”. O sea, no cambiar nada para que todo siga igual.
Necesitamos cambiar de “chip”. No podemos resolver los problemas aplicando las mismas recetas que nos han traído hasta aquí. No necesitamos la “lógica” que nos hace puramente dependiente de los intereses empresariales. Ni tampoco la equivocada visión apocalíptica del “extractivismo”: “que no se haga nada”.
Avancemos hacia un proyecto unificado, con participación de todos los actores, siguiendo la ruta de nuestros vecinos y la Ley 31283. Las prioridades de la transición energética no se van a lograr con la lógica del libre mercado: exportar “en bruto”. Un nuevo paradigma para un planeta limpio y nuevas reglas están a la orden del día. Para que no solo se diga que “bien al fondo, hay litio”.
1) Ver El rectángulo de litio, el “Sueño canadiense” y la subsidiariedad del Estado, 15/02/2021, http://www.cristaldemira.com/articulos.php?id=2905
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