La última encuesta del IEP ha corroborado que, si bien el voto antifujimorista fue decisivo para el resultado final a favor de Pedro Castillo, esa no fue la razón principal de su elección. El 51% de su votación fue porque “ofrecía un cambio”, 14% porque “se preocuparía por quienes menos tienen” y 10% porque “confía en él” (un 25% para que “el fujimorismo no vuelva al poder”).
Está claro entonces que, además del factor identitario, hay una parte importante del país que ha encontrado en Pedro Castillo a un representante de su descontento y a alguien que efectivamente podría concretar los cambios que llevan esperando por décadas. Esta será la principal variable de legitimidad para el arranque de su gobierno y para impulsar las reformas que busque emprender.
Pero no será el único factor a su favor. Jugará también la corriente social y política que pide cambios en el modelo, presente en los países de la Alianza del Pacífico. La Asamblea Constituyente que se instala hoy en Chile y las recientes protestas en Colombia son reflejo de esa demanda. En esa misma línea, hay una corriente a favor de políticas redistributivas que está siendo impulsada incluso por instituciones como el FMI, e implementada en países como Estados Unidos. Tendrá, además, un período con altos precios de minerales y con la economía global reactivándose tras las secuelas de la pandemia del COVID-19.
Pero esos factores no serán suficientes para augurar buenos vientos al gobierno de Castillo. La campaña dejó en evidencia que si bien quiere impulsar un proceso de cambios, y que para él y su partido la convocatoria a una Asamblea Constituyente resultaría fundamental hacia ese objetivo, no hay un contenido definido en casi ningún tema. Las últimas tres semanas han corroborado que ese contenido sigue en proceso de construcción, que hoy parece más vacío que lleno y que lo más probable es que lleguemos a 28 de julio sin mucho más que ideas generales y con las pautas económicas con las que Pedro Francke está logrando contener la impaciencia de los mercados.
Por ello, en este momento el punto crítico para Castillo –y para el país– es si en los próximos 24 días le será posible rodearse de un entorno de personas que cumpla con al menos tres requisitos: (i) que pueda confiar en ellos; (ii) que tengan capacidad para hacerse cargo inmediatamente de los sectores del gobierno central; y (iii) que le permitan construir alianzas políticas y/o lidiar con un Congreso sin una mayoría alineada con las propuestas del partido de gobierno.
¿Es posible conseguirlo en tan poco tiempo? ¿Es posible lograrlo teniendo que mantener al ala más radical de Perú Libre como parte del gobierno? ¿Qué espacio tendrá ese sector del partido? ¿Comprenderá Castillo que rodearse de técnicos de otros partidos de izquierda no equivale a renunciar a su promesa de cambios ni a asumir una Hoja de Ruta tal como la de Humala? ¿Comprenderá que el apoyo social puede diluirse rápidamente sin un gabinete con profesionales capacitados para hacerse cargo de sus carteras con eficiencia e inmediatamente? ¿Y que, sin esa variable resuelta, el escenario más probable es el de un gobierno debilitado para el que cualquier pretensión de reformas quedará solo en intenciones? ¿Le habrán servido las últimas tres semanas para tener claro que la derecha no solo le dará una pelea ideológica válida, sino que un sector de ella estará a la caza de sus errores y de las denuncias que surgirán inevitablemente apenas arrancado el gobierno, ya sea para debilitarlo y/o para, de ser posible, sacarlo de la presidencia?
¿Será consciente Castillo de que, aun siendo así, el éxito o fracaso, e incluso la viabilidad y sostenibilidad de su gobierno, dependerá en buena cuenta de él y de las decisiones que tome en los próximos 24 días?
pedro castillo