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La vida que deshabitamos

Ha sido lamentable escuchar los discursos antiderechos provenientes de aquellos sectores evangélicos ligados al fundamentalismo, cuyas reflexiones teológicas y prácticas políticas son muchas veces dañinas para la vida digna.

Steve Warren Privat Pérez. (*)

“Y el Verbo se hizo carne (de los perseguidos y asesinados), raza (de los colonizados y oprimidos), clase social (de los marginados y pobres), resistencia (de los que son criminalizados por protestar), y habitó entre nosotros” Ronilso Pacheco.

El reciente proceso electoral ha dado cuenta de la reaparición de actores políticos vinculados al sector conservador del cristianismo evangélico, que a pesar de conocer un Evangelio que está orientado a un acompañamiento de los más necesitados y que se enfoca en la búsqueda del bienestar común, se enclaustran en un discurso de miedo, fobias y odio. Estos actores se denominan provida. Sin embargo, cabe mencionar que esta denominación (pro-vida) es reduccionista, pues solo se “preocupan” por asuntos como el aborto, la homosexualidad y la tan mencionada “ideología de género”, ignorando totalmente los otros ámbitos de la vida.

Ha sido lamentable escuchar los discursos antiderechos provenientes de aquellos sectores evangélicos ligados al fundamentalismo, cuyas reflexiones teológicas y prácticas políticas son muchas veces dañinas para la vida digna. A causa de este fundamentalismo, el trabajo misionero de la iglesia evangélica se ha enfocado en una perspectiva occidental de la apologética y la evangelización, encerrándola en las cuatro paredes. Por lo tanto, la iglesia, desconociendo el contexto social, histórico y ambiental de su localidad, tiende a distanciarse de la vida cotidiana de la comunidad, y por consiguiente de los problemas que hacen parte de ella. De este modo, la realidad, especialmente los daños, que experimentan las personas no son consideradas ni dialogadas en los entornos de estos grupos, evidenciando la ausencia de su rol profético.

Sin embargo, aparecen en el espacio político y público un grupo de cristianos que rechazan este discurso fundamentalista, demostrando la gama de pensamientos dentro del mundo evangélico. Estos son provida, en el amplio sentido de la palabra, como bien lo explica el pastor pentecostal Darío López:

Amar la vida y amar a la familia, implica también cuidar responsablemente la casa común, la casa de todos y para todos. Se trata de una tarea personal y colectiva que incluye, entre otros asuntos, denunciar la sobreexplotación de los recursos naturales no renovables, y exigir a las empresas mineras, petroleras y madereras que no destruyan el medio ambiente natural y que respeten a los pueblos originarios. Si no cuidamos la casa de todos, ¿qué futuro les espera a nuestros hijos y a nuestros nietos? […] Amar la vida y a la familia, defendiéndola de todas las violencias exige, además, preocuparse para que todas las personas y todas las familias tengan trabajo digno y acceso a una educación y servicio de salud pública de calidad. ¿Qué futuro les espera a los niños y adolescentes desnutridos, sin acceso a un sistema educativo de calidad, y sin atención médica gratuita y universal?

Es así que aparece en la escena un grupo de creyentes evangélicos movido por un acercamiento más real y más cercano al Evangelio de Jesús, enfocado en la afirmación de la democracia, la búsqueda del bien común y la defensa de los derechos humanos; pero sigue siendo minoritaria. En este enfrentamiento de posturas salen a la luz muchos jóvenes, que espantados de los discursos de odio de los grupos fundamentalistas, buscan un espacio dónde construir comunidad, dado que sus iglesias han renunciado a construir espacios seguros para el diálogo y la construcción de compromisos para un accionar coherente con su fe.

El panorama político que nos ha dejado la segunda vuelta (n.e. electoral) nos plantea el desafío de desarrollar una militancia ciudadana activa desde nuestros diferentes contextos. En este contexto, los cristianos estamos llamados a repensar nuestro rol transformador en la sociedad, a comprender que la fe tiene que movernos a un accionar enfocado en el bienestar de los más necesitados, así como generar espacios interreligiosos para concretar proyectos que se traduzcan en expresiones de amor hacia nuestros prójimos, a fin de generar un modelo de desarrollo basado en el bienestar y la calidad de vida. Esto implica imaginar una pastoral alternativa que acoja con amor, especialmente a los diversos jóvenes que traen consigo nuevos discursos y prácticas que invitan a vivir integralmente y de maneta contextualizada la espiritualidad.

Por lo tanto, queda en nuestras manos mostrar lo que está ocurriendo en los diversos lugares del país, conocer las historias y los rostros de aquellos perseguidos y asesinados, colonizados y oprimidos, marginados y pobres, criminalizados por alzar su voz de protesta. Porque el Verbo habita en ellos, y lo estamos crucificando, pero a diferencia de Él, ellos no han podido ni pueden resucitar.

(*) Activista por la Justicia Climática

Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo - Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

La República

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