Castillo: ¿Qué nos esperaría?

El ritmo de la campaña está siendo marcado, en buena medida, por el inmenso antivoto que afecta a las candidaturas de Pedro Castillo y Keiko Fujimori.

La opción de indecisos es aún grande, así como de quienes están decidiendo votar en blanco. Como ocurrió en otras elecciones lo más probable es que un grueso sector de la ciudadanía tome la decisión de por quién votar pocos días antes del 6 de junio; o en la cola el mismo domingo. De momento, cualquier cosa puede pasar.

El ritmo de la campaña está siendo marcado, en buena medida, por el inmenso antivoto que afecta a las dos candidaturas. Y hay razones para ello. Por los párrafos que siguen no puedo dejar de recordar algunas de las obvias que conciernen a la candidata Fujimori.

Entre otras, el pasado de un gobierno que atacó la democracia, violó los derechos humanos y desde el cual se cometió muchos delitos. Luego, su conducta política personal, por la que arrastrará para la historia la de ser la principal causante de la ingobernabilidad desde el 2016; también por su desafió a la ley penal, que le ha ameritado ser ya acusada por el fiscal por muy graves delitos.

Vamos a Castillo. Su brega viene siendo mucho más dura con buena parte de los grandes medios (diarios, radio y TV) abierta y frontalmente en contra suya. “Como en los viejos tiempos” –de los 90– se podría decir. Sin embargo, la verdad sea dicha, pese al creciente enrarecimiento de la objetividad, lo cierto es que no es sólo esa campaña apabullante la que explica el frenazo en el crecimiento del apoyo electoral a Castillo.

Hay carencias importantes no resueltas en los propios planteamientos, en su cíclica improvisación y hasta en sus acompañantes. Hay además un manejo superficial de los debates planteados: “nos vemos en el penal de Santa Mónica”; “que traiga a sus padres”.

Son dos áreas las que tocan a los aspectos más controversiales –o no resueltos– que se han ido planteando reiteradamente como “pendientes” que hasta el momento parecen irreversibles.

Primero, el aspecto económico. Es un asunto crucial. En torno a ello no aparece aún un equipo técnico ni político de sustento y afinamiento que pueda explicar mejor qué se propone. En efecto, lo que se comunica son ideas para nada claras. Se suceden planteamientos generales, gruesos, de tremendas repercusiones, sin que aparezca señal alguna de precisiones fundamentales. Esto, como es lógico, deja abierta la puerta para que los temores y miedos interpreten y desenvuelvan in extremis su repercusión en la ciudadanía.

Segundo, la democracia y los derechos humanos. Castillo propuso en la primera vuelta, como se sabe, que había que disolver al Tribunal Constitucional o la Defensoría del Pueblo. Eso no es poca cosa en ninguna campaña electoral o en una propuesta de gobierno democrático. Cuando afirmó lo contrario hace unos días, al firmar una declaración conjunta con Verónika Mendoza, no lo ha sostenido de manera sistemática o que suene convincente. Queda la preocupación de cómo se puede plantear tan ágilmente algo tan grave para un Estado democrático sin que se dé una explicación después.

Hay que reconocer que el acuerdo celebrado con Verónika Mendoza sí hizo referencia a los derechos humanos. ¡Al fin! Tema hasta allí inaceptablemente ninguneado; y hasta maltratado. Puso en blanco y negro –recién– exactamente lo contrario de mucho de lo que había venido sosteniendo Castillo sobre el Tribunal Constitucional, la Defensoría o los “tratados internacionales de derechos humanos”. Pero no se ha rectificado aún de manera explícita su reiterado –y reaccionario– plan de retirarse de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Algo que sólo extremistas han planteado o intentado (Alberto Fujimori o Hugo Chávez, por ejemplo). Y tampoco se ha rectificado en lo que toca a un asunto fundamental como es el enfoque de género en las políticas públicas y los derechos de las minorías sexuales, temas que claramente no son su prioridad.

A poco menos de un mes de la votación es imposible aventurar quién ganará. Pero lo que sí es claro es que las enormes interrogantes sobre el curso institucional, democrático y de los derechos humanos –conceptos marginales en este proceso electoral– parecen estar cada día más en cuestión y lejos de respuestas estimulantes.

La República

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