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El Perú nos interpreta

“Más allá de lo que suceda en esta segunda vuelta, necesitamos que la sociedad civil, pese a estar deprimida y angustiada, reaccione y plantee sus exigencias a ambos candidatos”.

El texto, decía el psicoanalista André Green, no es interpretado por el psicoanalista: es el texto -literario- el que te interpreta a ti. Siguiendo una tendencia reiterada de esta columna –asumiendo los riesgos de error que esto representa–, se puede intentar una analogía con lo que está ocurriendo en el país. Con el agravante de que esto nos ocurre, como lo acaba de recordar Max Hernández en una entrevista con Fernando Vivas en El Comercio, en condiciones de angustia generalizada. No solo por la política: particularmente por el horror de la pandemia y sus consecuencias devastadoras, en especial, aunque no exclusivamente, para los que menos tienen.

Un médico que trabaja en el área covid de un hospital del Minsa en una ciudad de provincias me narra unas escenas que no es exagerado calificarlas como desgarradoras. Como en una película del género apocalíptico, me habla de personas aglomeradas detrás de una verja suplicando para que los dejen entrar. El guardián de la entrada va cayendo, poco a poco, en una suerte de estado catatónico. De pronto ingresa una camioneta transportando a una persona envarada. El médico me relata que la falta de oxígeno es uno de los problemas más acuciantes, pero ciertamente no es el único: falta todo, en particular lo más importante: profesionales como la persona que me narra su impotencia y desasosiego, sin por eso dejar de luchar.

Cuidar la salud mental de las personas que trabajan en el frente de batalla, con lo poco que tienen a la mano y lo mucho que deben hacer, es imperativo. Como lo es, asimismo, cuidar la de toda la población, expuesta a una amenaza letal, tanto para su vida física como psíquica. Tener que elegir a la presidencia de la República en esas condiciones es una exigencia democrática acaso desmesurada. Pero es lo que hay.

Más allá de lo que suceda en esta segunda vuelta, necesitamos que la sociedad civil, pese a estar deprimida y angustiada, reaccione y plantee sus exigencias a ambos candidatos. Puede que esto no ocurra o lo haga de manera tenue, dadas las circunstancias. Por lo menos confiemos –sin apostar mucho– en que la “interpretación” que nos está haciendo el país sea escuchada, aminore la desvinculación, en particular de las élites, y dé lugar a una elaboración de lo que se hizo tan mal. Ojalá que en el próximo bicentenario esas escenas del orden de lo irrepresentable no se vuelvan a producir.

La República

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