(*) Psicólogo social, Universidad de Lima
Sabemos que tendremos un Congreso fragmentado en siete o más agrupaciones y que el partido que asuma el Ejecutivo no tendrá mayoría. Ese es el escenario para cualquiera. Es como si estuviésemos siendo parte de una gran performance donde se pone en escena la crisis de representación que nadie quiere, pero que tampoco se soluciona. Una situación que invita a propuestas radicales pero que se ha quedado sin representante. La llegada de Ricardo Belmont al municipio en 1989 fue un primer síntoma de los nuevos tiempos, y seguimos en medio de ese proceso de reacomodo donde no se llega a consolidar un sistema de partidos (si esto aún es posible) y donde la sociedad civil se activa y desactiva. Contundente para poner límites en momentos específicos, pero con dificultades para mantener sus temas de agenda. Pasamos de la decepción por los partidos a la decepción por las personas y ahora por el menos malo. Pero también por la decepción por la organización y la movilización social. Algo se ha recuperado pero muy poco. La resultante de todo esto, agravada por la pandemia y la crisis económica, es la presencia de un voto de bajo compromiso y un amplio sector que, en la encuesta del IEP, cuando se pide precisar el voto responde con un tajante: votaré en blanco o viciado.
Esto debería llevar a que en los debates se escuchen planteamientos sobre qué se va a hacer para gobernar sin tener mayoría en el Congreso. Cuáles son las propuestas para la gobernabilidad. Qué hacer desde el Congreso, qué desde el Ejecutivo. En qué se está dispuesto a ceder, qué cosas no se van a negociar. La cobertura mediática suele estar centrada en quién gana, pero al menos en esta semana, debería indagar en cómo van a manejar no solo temas inmediatos como la pandemia y la reactivación económica sino la misma gobernabilidad.
También sabemos que esta semana se desarrollarán tres elecciones. Por un lado, la que se estará dando entre los que alguna opción han señalado. En ese grupo, es cierto que hay dos movimientos donde los votos cruzados deben existir, pero no tanto: por un lado, entre Lescano o Mendoza (y Castillo, pero difícilmente le daría para la segunda vuelta). Por otro, entre López Aliaga, de Soto y Forsyth. El voto de un lado será mirando al otro porque acá seguro que tienen un papel los sentimientos antiizquierdistas y antifujimoristas o antiderecha, pero también la mirada de quien es mejor para ganarle “al otro” en una segunda vuelta.
La tercera elección será entre el grupo más importante de electores, el actual 27% (según IEP) que dice que votará blanco o viciado. Acá las lógicas son otras porque el sentimiento anti es generalizado. Posiblemente el pragmatismo sea algo en común en este grupo. Es cierto que es una cifra más cercana al aproximadamente 20% que suele hacer esto, pero son resultados de una encuesta y falta una semana de intensidad electoral. Hay que ver la encuesta de este domingo 4. Comparando los resultados del IEP contra sí mismo, tendremos una encuesta hecha justo antes de los debates y luego otra justo después. Casi un diseño experimental para ver los efectos de ese proceso.
En la reciente elección de enero del 2020, para el Congreso, se vio por primera vez la dispersión en el voto. En el último simulacro, publicado por Ipsos, el 43% decía que votaría blanco o viciado. Los resultados oficiales indicaron que un 19.4% hizo esto. Eso quiere decir que, aproximadamente, una cuarta parte eligió algo esa última semana. En ese momento, los que no estaban como opciones significativas en el simulacro y que crecieron esa última semana fueron FREPAP, Frente Amplio, Podemos y UPP. FREPAP sí es mencionado hoy en las encuestas y puede que ese sector que votó por UPP ahora esté detrás de Castillo. Parte del acertijo será analizar qué hubo detrás de ese voto. ¿Pragmatismo? ¿Rectitud frente al caos, corrupción?
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