De parto en el Perú naciente

“Llamó su atención la pasividad de los médicos que se acercaban al trabajo de parto de las mujeres; casi no ayudaban”.

Una pieza clave de las posturas ilustradas a las que se adhirió, al menos de palabra, la naciente república fue el interés en reducir la mortalidad infantil: la patria necesitaba hombres fuertes para su defensa. Así, tangencialmente, las mujeres empezaban a importarle a la nación en ciernes.

En 1826 el presidente Santa Cruz aprobó la creación de la Casa de la Maternidad de Lima, cuya dirección recaía en la obstetra Benita Fessel, formada en el Hospital Maternidad de Port Royal entre 1816 y 1818, que llegaba a Lima ese año. Quería socorrer a las mujeres en sus partos y educar parteras. Pero la violencia caudillista que vivía el país retrasó sus fines. Recién y gracias a la paciencia y obstinación de Fessel, empezó a funcionar en 1830. Así, como señala Lissell Quiroz, Lima se convirtió en la primera ciudad de América meridional con un centro docente para formar obstetras.

La dotación presupuestal del gobierno se destinó a infraestructura, a financiar a las estudiantes de la escuela y al salario de su directora. Este gesto despertó la envidia de grupos que no veían con simpatía lo que ofrecía la obstetra francesa para aliviar a las mujeres de parto y fue enturbiado por las rivalidades de los bandos que se disputaban el poder. Fessel llegó a invertir de sus propios recursos para que el hospital empezara a funcionar, señala Quiroz.

Las mujeres entrenaban en grupos compuestos también por estudiantes de medicina. Los recelos de estos ante esa mezcla se dejaron sentir. Hombres y mujeres en un espacio público incomodaba; se trasgredían las líneas que definían las jerarquías. Los hombres parecen haberse sentido disminuidos ante la presencia de mujeres autorizándose, ante su eventual autonomía; dijeron que estas carecían de habilidades. Al mismo tiempo, la cercanía a quienes entraban en contacto con el cuerpo y los fluidos femeninos, a lo asociado con lo bajo y sucio podía inferiorizarlos.

Fessel usó la escritura para definir un espacio propio de las mujeres. Escribió tres libros entre 1827 y 1836. Llegó a formar una pequeña biblioteca en el Colegio de Partos. En Práctica de partos, Fessel detalló una cantidad considerable de partos atendidos. Gracias a este registro sobreviven incontables escenas protagonizadas por gente de la ciudad.

Una madrugada acudió a casa de Luisa Baquíjano, joven esposa de un zapatero, que hacía cinco días tenía los más fuertes dolores de parto atendida por una recibidora a quien le pidió explicación de la demora; la razón, según esta, era la falta de valor en la madre y para “terminar pronto el parto, era necesario sacudirle unas cuantas bofetadas”. Indignada, Fessel examina y descubre que la criatura llevaba varios días muerta, la extrajo y salvó la vida de Luisa. También fue testigo de cómo a una sirvienta de parto la habían sacudido, por orden de su patrona, “dos vigorosos negros”. La sorprendió la ignorancia de las clases altas.

Según Fessel, la violencia física atentaba contra el hecho natural del parto. Se trataba de disminuir el sufrimiento de las mujeres: más allá de quiénes fueran estas, de parto todas eran iguales.

Llamó su atención la pasividad de los médicos que se acercaban al trabajo de parto de las mujeres; casi no ayudaban. Según la sofisticada matrona, eran insensibles al sufrimiento femenino.