Es una buena noticia para el país que la derecha se anime a ingresar de lleno a la contienda electoral. La presencia de Hernando de Soto, Fernando Cillóniz y eventualmente Roque Benavides aportará una cuota de debate programático que las elecciones deberían recibir con alborozo.
La tormenta perfecta de crisis (económica, política, social y sanitaria) ha servido para resetear por completo el escenario electoral y abrir posibilidades a quienes normalmente solo hubieran tenido que apostar a alguna coyuntura disruptiva para asomar. Hoy, el triunfo está para cualquiera, incluidos por supuesto los portavoces de la derecha mencionados.
No hay nada que lamentar respecto del albur partidario que parece acompañar las candidaturas respectivas (De Soto acercándose a una agrupación inaparente, Cillóniz armando un conglomerado imprevisto o Benavides inscribiéndose a última hora en el Apra); es la política contemporánea, inevitable e irreversible, aquí y en el mundo: los tiempos de los partidos sólidos, institucionalizados, con militantes por doquier, con celos ideológicos, ya se fueron y no volverán.
La cifra de nuestro destino como nación pasa, en estos momentos, porque desde el gobierno se impulse una segunda ola de reformas capitalistas. Si por añadidura se vela por hacer reformas institucionales (en aspectos democráticos como los judiciales y electorales, o en materias sociales, básicamente en salud y educación), tanto mejor. Pero la condición de base perentoria es la urgencia de aplicarle reanimación forzada a la economía, fortalecer la caja fiscal, disminuir radicalmente la pobreza y aminorar las desigualdades. Esa es la urgencia del momento.
La encrucijada histórica en la que nos hallamos torna imperativo que el próximo gobierno sea uno de derecha, capaz, por definición, de emprender un programa promercado, procapitalista, que rompa la inercia de los últimos años y la recesión producto de la pandemia.
Un centro aguachento, como el de Vizcarra o el de Humala, es solo superado en cuanto a negatividad por la eventualidad de que la izquierda peruana, incapaz de reconciliarse con los criterios de libre mercado, gane las elecciones, con lo que representaría de amenaza a la sensatez macroeconómica que tan buenos resultados nos ha dado.
En gran medida, el fracaso de la transición se ha debido al abandono de las reformas de los 90 y al haber optado por esquemas regulatorios antes que liberales del manejo de la economía. Básicamente con Humala y también con Vizcarra hemos dado marcha atrás en el proceso de liberalizar nuestro sector productivo y en la tarea de profundizar la incipiente economía de mercado que nos cobija.
En medio del retorno de propuestas populistas, con mucho enganche con expectativas ciudadanas desbordadas, es difícil la tarea para quienes proponen la persistencia en el orden macroeconómico, pero la suerte electoral de estos candidatos dependerá también de que sean capaces de entusiasmar con los indudables beneficios sociales que una aceleración capitalista produciría en el país.
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