Golpe suicida

“El Congreso anterior debió aceptar la única iniciativa políticamente lúcida que tuvo Vizcarra, como fuera adelantar las elecciones presidenciales y congresales e irse todos, incluido él”.

Se equivocan groseramente los líderes del centro y la derecha peruanos representados en el Congreso si creen, por ventura, que vacar a Vizcarra y desestabilizar aun más el país abonará a su favor en la venidera contienda electoral.

Si a la crisis sanitaria en curso, la galopante crisis económica y la creciente crisis social (expresada en la ola de delincuencia y marea de conflictos sociales) se le suma una profunda crisis política, no tendrán autoridad moral quienes la propician para luego quejarse del volátil ánimo ciudadano en las urnas, del malhumor expresado el día de la votación, de la disidencia abierta con el establishment de bolsones crecientes de la sociedad peruana, votación adversa a la que se sumará aquella que hoy apoya al gobierno, que no es poca.

Puntualmente hablando, ¿acaso alguien de Acción Popular, Somos Perú, Alianza para el Progreso o el propio Fuerza Popular de verdad alberga el cálculo de que tumbar a Vizcarra y generar un régimen de transición regentado por Manuel Merino, bajo designios insondables, contribuirá a aquietar las turbulentas aguas que ya discurren por el proscenio preelectoral?

Son penosos los audios y revelan con nitidez obscena que nos gobierna un personaje no solo mediocre sino, además, taimado. Personalmente, ninguna decepción ni desencanto. Me queda claro que de esa madera está hecho nuestro Primer Mandatario, a quien oímos participar de reuniones que ponen en evidencia una práctica política deleznable y que acaso comporten también alguna responsabilidad penal.

Pero de allí a estirar una figura constitucional como el de la incapacidad moral permanente –que alude a una discapacidad psicológica irremediable, al extremo de la inimputabilidad- hay un abismo que ninguna subjetividad política debería permitirse sortear.

La puerta interpretativa está abierta y ya anteriormente –con los casos de Fujimori y del propio PPK- se transitó, generando la inaceptable situación de que en verdad basta para la vacancia cualquier escándalo que comprometa la ética presidencial, cuando no era ese, ni puede serlo, el ánimo constitucional.

Pero visto así, corresponde entonces hacer un análisis político de la encrucijada. Y en ese sentido, es un despropósito escalar el tema de los audios mencionados hasta la interrupción de un mandato que de por sí ya venía cargado de precariedad. Un mínimo de realismo político debería conducir a las bancadas centristas y derechistas mencionadas a resistir la explicable tentación de propinarle un escarmiento a un gobernante que ni siquiera ha tenido la entereza de hacer un mea culpa frente a su propio trasiego sino que se ha aventurado, inclusive, a tensar más la crisis.

El Congreso anterior debió aceptar la única iniciativa políticamente lúcida que tuvo Vizcarra, como fuera adelantar las elecciones presidenciales y congresales e irse todos, incluido él. Resolvíamos la crisis y habríamos afrontado el bicentenario en mejor pie. Pero no ocurrió así y hoy pagamos las consecuencias.

Es indefendible Vizcarra, pero sería suicida lanzarnos al vacío como sociedad al compás de su irreversible mediocridad. Nos tocó Vizcarra en suerte luego de la renuncia de otro inefable como Kuczynski y nos corresponde calárnoslo los pocos meses que restan para el final de su mandato, que culminará, como es de justicia, sin gloria ni multitud.

-La del estribo: siguiendo con mi plan lector de atender relecturas o acoger libros ya pasados pendientes, no puedo dejar de recomendar El olvido que seremos, del escritor colombiano Héctor Abad Fanciolince. Qué maravillosa estampa de un padre y a través suyo de la pavorosa violencia que azotó a Colombia hasta no hace muy poco.

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