Trumpistas nativos y Escazú

“Queda claro una vez más que un proyecto liberal auténtico en el Perú parece que necesita discurrir lo más lejos posible de los intereses empresariales”.

No será pronto que llegue a impregnar cabalmente la modernidad en las élites del país. A propósito del acuerdo de Escazú, hemos visto cómo un sector importante de la derecha empresarial peruana hace suyo un credo reaccionario, nacionalista y antiglobal, al punto de haber logrado que un gobierno débil como el de Vizcarra retroceda en el proceso de su firma.

Dicho acuerdo no implica una cesión de soberanía, como señala vocingleramente este sector. Y si acaso la acotase sería en la misma proporción que ya lo hace en materia de derechos humanos y democracia, con la adscripción al Pacto de San José, en asuntos de inversiones ante el CIADI o en los TLC (en este caso, con el aplauso fervoroso de nuestros gremios empresariales).

Pero la derecha cuando se pone bruta no entra en remilgos. Y en esta ocasión disfraza como supuesta defensa de la inmaculada soberanía nacional lo que no es sino el afán mercantil de defender inversiones en zonas con alto impacto ambiental sin cautelas de por medio, cuando lo cierto es que, muy lejos de espantar capitales de nuestro territorio, este acuerdo, al darle competitividad global al Perú y reglas uniformes a la participación ciudadana, permite brindarle legitimidad a cualquier proceso de inversión en zonas sensibles.

Quien escribe es un convencido de que es perfectamente factible desplegar inversiones privadas, energéticas o mineras, inclusive en zonas de ecología precaria, pero al mismo tiempo cree que ello no puede pasar por el menoscabo de derechos expectaticios de quienes viven en esas zonas y tampoco de todos los agentes interesados.

En esa línea, me sumo a la idea de que se entregue en propiedad absoluta, plena de derechos, el suelo y el subsuelo de las tierras que las comunidades ocupan, lo que impediría que cualquiera pueda realizar actividad económica en ellas si sus legítimos propietarios no lo desean (el Estado no podría obligarlos), pero que a la vez haría que se respete si los propietarios acuerdan realizarla.

“Escazú favorece a las ONG”, grita la caverna. Bueno, sí, les da su lugar, pero debemos entender esas entidades cabalmente, no como las que alucina un sector de nuestra derecha, es decir organizaciones llenas de caviares culposos de procedencia burguesa que quieren aliviar sus ansiedades defendiendo el ambiente de zonas pobres. También son ONG los propios gremios empresariales, los sindicatos y los organismos de defensa de la propia población.

¿Qué se quiere? ¿La política de tierra arrasada sin que los involucrados y afectados puedan opinar? Un sector de nuestros gremios empresariales parece creer que lo que se necesita en el Perú es capitalismo salvaje y se humedecen imaginando chimeneas y hollín en cuanto lugar se pueda. Quieren seguir comiendo con las manos y al mismo tiempo anhelan ser sofisticados y pertenecer a clubes como la OCDE.

Acuerdos como el de Escazú nos ayudarán en ese proceso global. Países como Colombia o Costa Rica están en el proceso de suscripción y ambos están muy lejos de ser socialistas o algo que se parezca. Queda claro una vez más que un proyecto liberal auténtico en el Perú parece que necesita discurrir lo más lejos posible de los intereses empresariales.

-La del estribo: vale la pena ver en Netflix Homemade, un conjunto de diecisiete cortos realizados por similar número de cineastas a propósito de la pandemia y el aislamiento social al que ha conducido. Liderados por el chileno Pablo Larraín, se suman directores de todas partes del mundo.

La República

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