Acaso como nunca antes, en el Perú hemos tenido que mirar sin anteojeras el abismo de privilegios que nos separan. El transporte público, los servicios de salud, la educación o la mera supervivencia, para citar los más evidentes. Hay muchos más, por supuesto. Voy a referirme aquí, con pena pero con el deseo profundo de que esto cambie, al privilegio de poder leer buenos libros. Sabemos que en nuestro país son carísimos, lo cual los pone al alcance de pocos. Sin embargo, sobre todo los jóvenes, hay personas que se las están ingeniando por internet para “bajarse” libros gratis.
No es mi lugar discutir aquí sobre las consecuencias de esta práctica. Lo que me interesa es resaltar lo esencial del hábito de leer, ese vicio exquisito. Ya sea ficción o no, la buena lectura –no me voy a enredar en criterios acerca de esta definición– se ha revelado más necesaria que nunca durante esta atroz pandemia. Ojo Público ha publicado On line una encuesta a escritores acerca de cómo están sobrellevando su hábito de leer, varios de los entrevistados son peruanos.
La mayoría coincide en lo difícil que les resultó concentrarse al inicio del confinamiento. El ruido de la actualidad, doloroso y chirriante, no se los permitía. Todos los que lo hemos intentado hemos pasado por esta dificultad para concentrarnos. Repetir el párrafo, una y otra vez, algo reservado para lecturas muy complejas, se hizo “viral”. Excepto Marcel Velásquez, quien no experimentó esta limitación, la mayoría admite que la lectura, es decir el pensamiento, estaba atacada por la realidad.
Pero poco a poco la fueron recuperando. Algo que muchos hemos vivido, asimismo, es el retorno a los libros olvidados en algún estante. Me pasó con Ferdydurke, de Gombrowicz. Sigo pataleando para terminarlo (no se lo cuenten a Maritza Rodríguez, mi profesora de primaria en Talara), pero sus páginas amarillentas no me vencerán. En cambio, releí con un placer renovado las Crónicas marcianas de Bradbury. Como lo dice Ojo Público, está demostrado que leer no solo te enriquece y amplía tus miras: un estudio de la universidad de Yale demuestra que los lectores empedernidos reducen hasta en 20% su mortalidad, en contraste con los que no pasan de la primera página. Si hubo un buen momento para derrotar el Tsundoku (palabra japonesa para los que acumulan libros sin leerlos), es éste.
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