Entre la infinidad de cosas y experiencias que esta pandemia y el consiguiente confinamiento han desfamiliarizado, sin duda se encuentra nuestra noción del tiempo. Hoy que escribo estas líneas, por ejemplo, es domingo, Día del Padre (feliz día, colegas). Pero no se siente así. En realidad, ningún día se siente como antes. La propia palabra “antes” es ambigua, indescifrable. Pensamos que es antes de que se decrete el confinamiento, pero eso parece una eternidad. Otra época, otro tiempo, “otra cosa, Pocho”, como le respondía el ariete Julio Baylón a Pocho Rospigliosi, ante todas las preguntas que el comentarista deportivo le hacía al retornar el jugador de su paso por el fútbol de Alemania. Otra cosa.
Siempre me ha hecho sonreír esa respuesta única del delantero, intentando resumir su experiencia en la Bundesliga. Hoy me hace mucho más sentido. Ayer salí a la calle, cosa que no hacía hace… tiempo. Fui al grifo a inflar las llantas de mi vehículo. Una experiencia tan banal, en mi barrio, en el establecimiento al que suelo acudir, la viví como una de las Crónicas marcianas de Bradbury o el viaje a El corazón de las tinieblas, de Conrad. Imagino que mi mente procesaba infinidad de datos que “antes” no hacían falta: distancia social, posición de la mascarilla, contacto con superficies, etcétera. A lo cual conviene añadir una sensación de alarma ante algún peligro inesperado.
También sé que los humanos tenemos una capacidad de adaptación asombrosa. Y que si saliera con mayor frecuencia, como tanta gente se ve obligada a hacer -y otros lo hacen de manera socialmente irresponsable-, mis sensaciones no serían las mismas. Aprovecho para subrayar lo indispensable que resulta, ahora que se van a abrir una serie de actividades como los centros comerciales, con todos los riesgos de contagio que eso conlleva, cuidarse de lo que se denomina caution fatigue, fatiga de las precauciones. A pesar de nuestra facultad adaptativa, o quizás debido a esta, no es momento de bajar la guardia. Esta pérdida del sentido habitual de la temporalidad está vinculada con la situación excepcional que estamos viviendo.
Si perdemos esa extrañeza, podría significar que estamos normalizando lo que sucede y eso entraña un riesgo: el de que nos lancemos a recuperar la vida que hemos perdido y que eso, paradójicamente, nos la arrebate para siempre.
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