Opinión

Racismo como política de Estado

“(…) en el drama de la migración, la mujer andina era representada por hombres, y encima, blancos”.

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Aquella psicosis paranoide que sufre la sociedad estadounidense frente a la invasión foránea del inmigrante se refuerza con las políticas que legitiman su industria armamentista y que se transmite a través de su enorme industria audiovisual que ostenta en exceso no solo su modelo autoritario y represivo, sino también sus altos niveles de violencia y apertrechamiento militar, haciendo que cada ciudadano tenga un arma en su poder, sea para agredir (al otro) o defenderse de la agresión (del otro).

Pasa todo lo contrario en las sociedades de bienestar donde el valor de la población económicamente activa está en la diversidad. No importa el origen, sea africano, asiático, latino, indio o europeo. Todos se incorporan en el desarrollo productivo y, para ello, el Estado alienta los procesos migratorios, no solo para asegurar población económicamente activa (PEA), sino también para enriquecer su desarrollo social y cultural, reforzando las condiciones necesarias para ello.

En el Perú el problema es la dependencia del modelo. Paulo Drinot en su libro “La seducción de la clase obrera” plantea que la exclusión de los indígenas a mediados de la primera mitad del siglo pasado formó parte de una política de Estado que buscaba reemplazarlo por el obrero “desindianizado”, para poder constituir así una PEA que se integre a las estructuras productivas del capitalismo moderno que se acababa de importar.

Sabemos que la incorporación del modelo capitalista trae consigo paradigmas culturales que lo refuerzan. La IPC o la SPCC auspiciaron también la llegada de la televisión al país, trayendo consigo los enlatados que definen la cultura americana. Los niños peruanos de las familias que poseían los primeros televisores del país veían Superman, reforzando así paradigmas culturales foráneos. El famoso cuento “Alienación” de Ribeyro.

Este modelo que exacerba el racismo no solo aplasta las culturas locales, sino que excluye los roles que considera inferiores. No por nada el racismo se vuelve mucho más grave cuando se mezcla con el machismo. El problema en el Perú no solo ha sido la invisibilidad de las poblaciones andinas, sino el de la mujer andina. En efecto, en el drama de la migración, la mujer andina era representada por hombres, y encima, blancos.

El racismo está enquistado estructuralmente y el Estado no ha podido construir una narrativa que deconstruya los prejuicios adquiridos y vuelque un nuevo paradigma que ponga en valor la diversidad. La sociedad estadounidense no debe tolerar más casos como el de George Floyd así como nosotros no podemos tolerar tampoco más paisanas Jacintas. A puertas del bicentenario, resulta lamentable no haber superado aún estas taras.