Por decreto, como muchas cosas en el país, se ha declarado la nueva convivencia. Como muchas cosas en el país, pocos le hacen caso. El Estado, idealmente, tiene un rol articulador tanto en lo funcional como en lo simbólico, pero eso pocas veces se alcanza. Es cierto que siempre hay gratas experiencias de buena gestión. Ahora, por ejemplo, tenemos al Gobierno Regional de Cajamarca, Tacna o el municipio de Barranco que moderniza su biblioteca. Pero no es la norma. Por el contrario, con frecuencia, y variando según el público y el momento, el Estado ha sido o es un negocio, un trampolín, un gran ausente, un empleador sin fin, una traba, el represor, el espacio que alberga personas o grupos con buena voluntad y que logra cosas, pero sin continuidad.
El gobierno puede tener una visión con la cual se puede estar de acuerdo o en desacuerdo, pero, además, tiene muchos problemas para ejecutar porque el Estado es un cuento que se ha quedado a medio escribir y responde con gran dificultad. En una situación como la actual, todo es cuesta arriba, no importa a quien le haya tocado asumir la posta. Muchos funcionarios despliegan buena voluntad para tratar de palear carencias, pero no siempre alcanza. A este Estado realmente existente, ¿una población desesperada le iba a hacer caso? Frente a ello, los ciudadanos hacen lo que pueden, y por lo visto, muchos hacen lo de siempre. Al igual que lo visto en el sector público, hay de cal y de arena. Solidaridad por algunos lados y sálvese quien pueda por otros.
¿Algo está realmente cambiando en la convivencia entre las personas? Entramos a una fase dos que se caracteriza por el desencanto con la promesa de un martillo que iba a aplacar la pandemia y poner orden. En un país desafecto y descreído de las instituciones, donde la inseguridad se busca solucionar con “mano dura”, el martillazo y las FF. AA. en las calles eran algo así como la gran ilusión de muchos. El mazo no contaba con que poco a poco, todos los clavos comenzarían a moverse. Un público ansioso expuesto a un mensaje mal dado cerró la primera etapa. Ahora cada uno intenta hacer lo que puede en un entorno que suele ser desfavorable. Las famosas brechas de desigualdad ponen en evidencia las fracturas y nos pasan las facturas. Las zonas de selva siempre olvidadas, los hogares donde la violencia es cotidiana, el desigual reparto de tareas del hogar, el insuficiente acceso a internet y un largo etc. hacen esta pandemia más dura para unos que para otros. ¿Dónde está la nueva convivencia? ¿Será en la política?
Las elecciones del 2021 motivan un gran activismo legislativo en el Congreso y las agrupaciones que se creen con posibilidades ven a Vizcarra como el enemigo que se enfrenta a la creatividad parlamentaria. ¿Aprendieron algo luego de sacar no más del 10%, cada uno, en las últimas elecciones congresales? Muchos de los proyectos planteados serán como los táperes. Se tomarán para luego olvidar quién los favoreció. El cinismo, con cinismo se paga. Poco se puede esperar de partidos que, lo más probable, no se renovarán y pondrán todas sus fichas en el candidato que los lleve al Congreso, solo eso. Así anda la convivencia de siempre.
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