En la parte de atrás de muchas mentes está alojado ahora el discurso de un bienestar pasado, un tiempo que ciertamente fue mejor. Aun en el caso de los más necesitados, es allí que queremos regresar. Las ideas de un mundo rediseñado para mejor se vuelven secundarias frente a esta urgencia de recuperar, de recuperarnos a nosotros mismos.
Los pobres ya lo eran en marzo pasado, desde muy atrás, y ahora solo pueden imaginar hacia adelante una situación peor. A muchos las primeras consecuencias del virus les han hecho ver que ellos sí tenían algo que perder. No un bienestar, por cierto, pero sí una cierta estabilidad en la lucha por la vida. Ahora el deseo es volver, aunque sea a eso.
En realidad gente de todas las clases sociales está aterrada ante la perspectiva de una pérdida radical, y es improbable que alguien pueda ver con agrado las utopías de recuperación (sanitaria, económica) que se nos ofrecen en este momento. Al menos los primeros acordes de esa posibilidad son lerdos, y penosos para la vida diaria del ciudadano. No es curiosidad lo que sentimos frente al futuro.
La vida anterior al virus también tenía su propio futuro, con esperanza, protestas, reclamos, y todo lo que sabemos. Eso se nos viene borrando. Regresaríamos contentos a ese pasado si se nos ofreciera hoy mismo (¿la vacuna?). Lo haríamos al menos por un momento, aunque ya sería inevitable, como en el tango, querer sin presentir.
Frente a estos sentimientos e ideas están quienes ven la posibilidad de un nuevo mundo feliz del otro lado de la pandemia. Algo así como un impulso mundial de destrucción creativa, para mucho mejor. El problema con esto es que no estamos viendo ese otro lado de la pandemia, y nos cuesta mucho imaginarlo con entusiasmo.
Nos vamos a pasar un buen tiempo extrañando el pasado reciente, en sus aspectos profundos y en sus nimiedades. Pues eso es, y no otra cosa, la promesa de derrotar al virus. Lo demás nos parece simplemente otras tantas maneras de acomodarnos a él, de evitar los rebrotes, y hasta de esquivar otras pandemias, hoy desconocidas.
¿Es el pasado nuestro mejor futuro? Al menos en estos días parece así.
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