Muchos, el suscrito incluido, hemos intentado encontrarle un sentido a la tragedia que estamos viviendo. Sin éxito. Cuando creemos estar entendiendo lo que nos sucede, aparecen informaciones que desbaratan esa tenue, frágil comprensión. Acabo de leer, por ejemplo, la crónica de Joseph Zárate en IDL-Reporteros, acerca de los trabajos de cremación de cadáveres, desde que los recogen en casas u hospitales, hasta que los incineran. Quedé tan sobrecogido que me pregunté si hubiese preferido no leerlo. Una parte mía quisiera permanecer en la ignorancia, por supuesto, en la medida que ese saber nos hace sufrir. Por otra parte, como diría Kafka: “Soy muy ignorante; no por ello la verdad deja de existir”.
A pesar de que esas constataciones del espanto que estamos viviendo – mucho peor los más desprotegidos, claro está–, no nos aportan una mejor capacidad de procesamiento del horror traumático, los mecanismos de negación o desmentida de la realidad no nos ayudarán en la tarea esencial de la supervivencia. Christophe Honoré, un director de teatro y cinema francés, es quien llama envenenado al tiempo que nos han impuesto. Y añade: “Es cierto que lo que vivimos se parece a una mala serie de anticipación distópica. Se tiene la impresión de ser los personajes de una ficción cuyos guionistas carecieran singularmente de talento”.
El trabajo que debió interrumpir para acatar el confinamiento era una adaptación de El mundo de Guermantes, el cuarto volumen de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, en el histórico teatro de La Comédie-Française. Es muy pronto para saber si es te tiempo de pandemia se ha perdido. Es probable que sí. No tenemos ahora las herramientas para procesarlo. Estamos inmersos en tareas tan urgentes y angustiantes que atacan con violencia nuestra capacidad de pensar. A pesar de lo cual lo seguimos intentando. Sabemos que no lo vamos a conseguir, pues la angustia de muerte arrasa con nuestros esfuerzos de simbolización, pero insistimos con terquedad.
Acaso lo único que resta, de acuerdo con Honoré, quien admite estar obsesionado con Proust, es aceptar que vivimos un tiempo perdido. Y a partir de esa resignación, ir en pos del último volumen de la novela: El tiempo recobrado. Vale decir, cuando ingresemos a la etapa del estrés postraumático, intentar aprender algo de esta nefasta experiencia.
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