Ver a Abimael Guzmán victimizarse frente a un tribunal que no le condena a muerte como él hacía con quienes se le oponían, sino que le da oportunidad de defenderse, dando explicaciones con la frialdad de quien habla no de vidas humanas sino de objetos, carentes de valor, desde un “análisis político-militar” de las atrocidades cometidas bajo sus órdenes, revela la grandeza de una democracia frente a un asesino. Pero se trata de un asesino –esto es lo escalofriante– que se niega a reconocerse asesino. Son 31,331 las personas asesinadas por SL –no por error, sino por órdenes de Guzmán– durante los años de su delirante “guerra popular”, según cálculos de la CVR. Mataron, aterrorizaron, fueron derrotados militarmente, sus líderes puestos tras las rejas y sin embargo hoy todavía hay quienes hacen propaganda a ese conjunto de ideas psicopáticas, verborrea paporreteada, trasnochada, teñida de sangre inocente, que es Sendero Luminoso. Y el volumen de actividad en torno de cada publicación vinculada a Guzmán en Facebook es francamente alarmante. Ese nivel de inconsciencia debe ser combatido políticamente de una vez por todas hasta certificar su defunción. No es suficiente con gritar: “¡terruco!”; esa torpe frivolización es su alimento. Y es peligroso, una vez más, ponerse de lado. Necesitamos de un relato contado con nitidez e inteligencia sobre los años del terror. Para eso hacen falta políticos de verdad, un periodismo que trate el asunto con seriedad y la voluntad –aún inexistente– de abrir esa conversación incómoda pero urgente que tenemos pendiente.❧