Christopher Cantwell, vocero de “Unite The Right” (“Unir a la derecha”), matón y nazi trasnochado, se sintió –como el resto de su pandilla– empoderado por la oleada de racismo que trajo consigo desde el primer día de campaña el presidente Donald John Trump y creyó que ya podía aparecer en público regurgitando delirios fascistas y amenazando de muerte a quien no se parezca a ellos sin encontrarse cara a cara con una poderosa y firme oposición. Se equivocó. Por eso ahora Cantwell pide ayuda por Internet a través de un vídeo grabado con su celular, con mano tembleque y lagrimitas nazis recorriendo sus blancas mejillas. Pero así no se portaron los nazis en los juicios de Nuremberg. Frente a la derrota, el desprecio y la humillación, no se echaron a llorar, asumieron nomás que eran la escoria del mundo y una amenaza que debía ser eliminada de la faz de la tierra por el bien de la humanidad. Cantwell y sus amigos, ignorantes de la derrota y el exterminio del nazismo, decidieron marchar por las calles de Charlottesville, Virginia, el fin de semana pasado, armados, con antorchas encendidas y gritando consignas nazis como “¡sangre y suelo!” o “¡los judíos no nos reemplazarán!”. Fue la movilización de supremacistas blancos más grande de las últimas dos décadas. Acabó con un auto conducido por uno de esos psicópatas arrollando a un grupo de opositores, hiriendo a al menos una decena y asesinando a una mujer de 32 años, Heather Heyer. Sí, los supremacistas blancos actúan igual que los terroristas yihadistas. Pues, al final, son lo mismo.