Cuba fue la utopía anticapitalista. La ilusión construida en el Caribe, tan cerca a los Estados Unidos. Fidel Castro cimentó con indiscutible liderazgo en una sociedad culta, mágica e irreverente, un modelo social de vigilancia colectiva y un Estado que en nombre del socialismo distribuía escasez por igualdad a las mayorías, pero con escondidos y crecientes beneficios para la jerarquía del Partido Comunista. Fidel logró esa “ingeniería social” que resistió por más de 40 años bajo su conducción, sensibilizado por la trova de tantos como Pablo Milanés (“Bolívar lanzó una estrella que junto a Martí brilló, Fidel la dignificó para andar sobre estas tierras”), hasta que se fue rindiendo ante la realidad. Ya a mediados de los noventa, el modelo que había dependido de la ayuda externa soviética evidenciaba su agotamiento. Retornarán situaciones más críticas y previas al 59: más pobreza, represión y presos políticos. Paradójicamente, se mantenía “el desarrollo del sub-desarrollo” y la “dependencia” en la Cuba socialista. Las generaciones mayores post-revolución, como describe el escritor cubano Loenardo Padura en su novela Herejes (2015), cayeron en el desencanto, en una “rutina confortable” y sus “grandes aspiraciones” se redujeron “a lograr la más vulgar subsistencia”. Los más jóvenes serán los herejes de un modelo sin capacidad de ilusionar. La revolución cubana no podría ser nunca socialista, advertía irreverentemente para el momento Haya de la Torre, ante miles de jóvenes latinoamericanos ilusionados en que Cuba “era el modelo”. Décadas después con Fidel en vida, pero fuera del poder, vino el reconocimiento (sin arrepentimiento) que el socialismo no se había construido en Cuba. Carestías y un mercado negro cada día más determinante, atrasos y caducidad de infraestructura y servicios, desilusión intergeneracional ante el modelo que Fidel hizo desde arriba con carisma y voluntarismo; el discurso oficial no puede prometer un futuro mejor y el socialismo cubano fue impotente ante la migración permanente. Hay otra Cuba en Miami y con un potente capital social. Cuba estuvo bloqueada, no sólo por los Estados Unidos, sino por su propia ideología que persistía en creerse alternativa al capitalismo. Con Fidel, anciano y fenecido políticamente, la muerte del modelo y el desencanto eran dosificados por Raúl Castro, que administra la apertura y el fin del “socialismo en una isla”. Nada más creativo podía venir ya de esta Cuba; sólo carencias, nostalgias, astuta diplomacia y buena música. Fidel Castro ha muerto, pero su modelo sucumbió antes, luego de expirar lentamente. Comenzó otra historia para las sorprendentes Cubas, la de la isla y la que está fuera de ella.