Ollanta Humala será ex presidente pronto, el poder acaba siempre. Inaugurar su propio busto en Oyolo es como condecorar en la intimidad a sus propios ministros. Es mirarse a sí mismo y no al país en su diversidad, carencias y posibilidades. Ello es fatal. El nacionalismo del 2011 de esperanzas y promesas accedió al gobierno con los votos garantes del anti-fujimorismo. La hoja de ruta exigía comportamientos serios con respecto al modelo económico y a las prácticas institucionales. Pero falló. Se paralizaron políticas, crecimiento, obras que venían de atrás; se cayó en la idea fatal de que la pobreza se reduce fundamentalmente con la hinchazón de programas sociales y que las políticas de Estado comenzaban con él. ¿Antes no hubo nada?Luego el gobierno de Humala caía bajo los excesos y devaneos de la Primera Dama. De repente, el gobierno se volvió cogobierno por filiación. Al inicio la sucesión familiar fue la solapada, real y prioritaria hoja de ruta, tan adolescente como irresponsable. Se perdió el control y la burocracia se hizo más burocracia por inefectiva y distante de la sociedad; cierta tecnocracia pasó a ser más costosa, decisora y autónoma de la política, marcando la pauta de un gobierno sin resultados en los de a pie. Como rebote, la sociedad se hizo más distante y la inseguridad como las exclusiones irresueltas acrecentó el rechazo hacia las instituciones, los partidos y la política. Cada ministro incorporó su propia ruta, sin coordinaciones horizontales entre sectores. Palacio no lideró, pero sí confrontó y se destruyó, destruyendo. El gobierno dejó de ser y no contribuyó a lograr espacios abiertos, tensos pero necesarios, de construcción de gobernabilidad, crecimiento y cohesión social. Por lo contrario, hubo más confrontación desde arriba y decepción hacia abajo y, así, más anti-política. La decepción por Humala acrecentó el fujimorismo. La caída de uno, significó la expansión del segundo.Balance crítico para Humala: 17% de aprobación. La más baja de todo cierre de gobierno democrático. Política de confrontación, sin nortes cohesionadores; caprichos personalísimos anulando a todo lo incómodo; gobierno aislado, sin forjar acuerdos de gobernabilidad y reformas sociales. Juego de tronos sin lealtades. Ollanta sin congresistas y angustiado por dejar ministros o algo que aparente un adiós con final feliz. Lo bueno fue cubierto por un estilo erróneo desde lo alto. Mucho que aprender de un poder que acaba. Una mirada atenta del camino trazado de Ollanta Humala acaso sea la mejor hoja de ruta del gobierno de Kuczynski y una lección para quienes les toca reconstruir la buena política. Esto, se acabó y punto.