En esta entrevista –entre la actualidad y la historia– César Hildebrandt ofrece su lectura de los momentos complicados que transita el Perú. Señala que estamos entre un “gobierno inepto, confuso y maniatado por sus errores” y un Congreso “dedicado a adoptar las reformas reaccionarias que el lobbysmo le impone”.
Se anunció una especie de tregua entre poderes. Mi impresión es que –en realidad– este enfrentamiento no es más que algo performativo, casi teatral, discursivo. Ejecutivo y Legislativo manejan agendas similares, contrarreformas. ¿No cree que se parecen más de lo que se diferencian?
Quizás tengan afinidades en cuanto a agenda contrarreforma, pero lo que es notorio es que el Congreso quiere vacar a Castillo, sustituirlo porque no se siente representado en su figura. Es una guerra de guerrillas más que una guerra fría. No van a cesar en su empeño y Castillo tampoco va a cambiar demasiado su estilo oscurantista, así que es una tregua muy breve, frágil, táctica, no estratégica, que va a terminar en un enfrentamiento que considero inevitable.
¿Un enfrentamiento de qué clase?
Es un fuego y los leños los pone Castillo. Y las ganas piromaníacas las pone el Congreso. Hay un concierto de voluntades para el incendio. Y el público asiste a eso.
Debate. Norma fue aprobada esta semana en el Parlamento. Foto: LR
¿Suscribe el “que se vayan todos”? ¿O para el país sería mejor que se pusieran de acuerdo en una agenda mínima y dejen sus cargos el 2026 de la manera menos traumática? ¿O ya no damos para más?
Este país no da para más hace muchos años. No daba más el 2000 y, sin embargo, se encontró una salida. Parecía que no daba para más con Merino de Lama y se encontró por azar una salida gris, mediana y, sin embargo, llevadera y razonable. No creo que el país deba aguantar cuatro años y medio más…
De esto.
De esto. No creo que sea saludable…
Mentalmente para la gente, no.
No creo que sea saludable para la institucionalidad democrática, la economía siempre en riesgo, ni saludable en general para la sociedad peruana asistir a esta eterna agonía de dos fuerzas desfallecientes, dos desprestigios que se pelean un trofeo que no sé en qué consiste. De eso se trata, ¿verdad? Un Congreso repudiado, un presidente impopular están cazándose mutuamente y el país anda en piloto automático. No me parece justo decir que la Constitución es una condena inevitable que nos somete a los cinco años del mandato. Unas nuevas elecciones quizás nos permitan una salida. Mira a Chile, un diputado casi patagónico resultó presidente. Claro, la diferencia es que hay partidos.
Indescifrable. Las decisiones de Castillo no se entienden, señala Hildebrandt. Foto: Marco Cotrina/La República
Y las diferencias entre los gabinetes son notorias.
La clase política chilena es superior a la de acá, no solo el gabinete. Lo que no queremos reconocer aquí por orgullo, un sentido mal entendido del honor, es que estamos en una crisis cultural, educativa, política y social apocalíptica.
¿Y usted cree que la crisis política es consecuencia de toda esta crisis cultural, educativa?
Sí, desde luego. Hay vasos comunicantes, ese divorcio entre cultura y política ha sido decisivo para el Perú, a la mala. Es una de las peores cosas que nos han sucedido. Cuando la inteligencia, la cultura, la academia huyeron de la política, entonces vinieron estos vientres de alquiler, siglas comerciales, estos partidos de kits, y de membresías falsas…
Y de planillones de firmas.
Exacto, y de locales fantasmales. Sobre todo, estos partidos absolutamente muertos en ideas, incapaces de producir una interpretación, aunque sea primitiva de los problemas del país.
Leo y escucho diagnósticos que son muy severos. Las críticas son justificadas, aunque el ánimo que se siente en esos análisis es casi de tragedia nacional. Recurro a su experiencia: ¿es tan nefasta la situación si la comparamos con episodios anteriores?
Si te pones a pensar que tuvimos que elegir entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo, te darás cuenta del tamaño de la crisis. Un país que ofrece dos candidaturas de ese linaje en una segunda vuelta que ya es selectiva, es un país con una crisis profunda. No, no es exageración decir que vivimos un momento dramático. No se necesita a ningún Shakespeare para inventarse una tragedia, ahí está. La tragedia es un gobierno inepto, confuso, maniatado por sus errores, y este Congreso, dedicado a adoptar las reformas reaccionarias que el lobbysmo le impone. ¿A qué se parece esto? Tengo que remontarme a lo que he leído sobre el Perú de 1894, tras la invasión y la derrota y la guerra perdida. El problema es que parecemos invadidos por nosotros mismos.
Pedro Castillo, Keiko Fujimori
¿Nosotros mismos somos el ejército enemigo?
Sí, sí. No hay un proyecto nacional. Esa es la eterna monserga, el valsecito que nos persigue. No hay nada que entusiasme a la gente, no hay salida aparente. Vivimos en el impasse permanente, hemos puesto una carpa y ahí dormimos. Hemos puesto la vara de Manco Cápac en el impasse.
¿Alguna vez se ha sentido optimista por el Perú? ¿En algún episodio?
He sido un optimista a veces retroactivo por mis lecturas. Supuse que el Partido Civil de Manuel Pardo iba a ser una salida importante para construir las reformas partidarias y otras. Supuse que Piérola, justamente por no ser civilista y pertenecer a una suerte de alternativa popular…
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Y reformista.
Y reformista en muchos aspectos podía ser una solución. No lo fue. Supuse que el gran héroe que fue Andrés Avelino Cáceres podía hacer un gobierno importante. No lo fue. Supuse que Billinghurst iba a durar más que los dos años que duró…
Hasta el golpe.
Hasta el golpe de Benavides y de los Prado, y no fue así. Supuse que Bustamante y Rivero podía ser una gran alternativa, pero el APRA se encargó de fundir ese motor y regocijarse en ello. Incluso supuse que el primer Belaunde Terry acusado de comunista por Eudocio Ravines, por el diario La Prensa, por Pedro Beltrán, podría ser la gran salida de las clases medias que podían imponer un Perú modernizado, pero me equivoqué y no salió así. Yo supuse que Velasco Alvarado podía ser una salida extraordinaria porque era la salida de la fuerza armada protagonista de un proceso revolucionario. Hubo muchas esperanzas al respecto. Los dos primeros años de Velasco fueron clamorosamente populares. Y, sin embargo, todo terminó mal y todo fue fracaso social y político. Terminamos con Morales Bermúdez cazando montoneros a destajo en el centro de Lima. Yo supuse que Alan García, el primero, el original, el profeta, iba a ser por fin –por fin, dije–… y terminé en una cola para comprar leche ENCI y enterándome después del festín que se habían dado. Y podría seguir por más tiempo contándote todas mis…
¿Decepciones?
Expectativas, ilusiones y mis posteriores amargores. Pero esta situación, en donde un gobierno se declara casi incapacitado para gobernar, no lo había visto. Este gobierno con un Congreso que quiere decapitar a quien ya está decapitado, que quiere sacar a un gobierno que ya no existe, es surrealismo puro.
Salida. Un nuevo proceso electoral puede ser una vía de escape, reflexiona el periodista. Foto: Marco Cotrina/La República
Por ejemplo, prescindir de tu ministro con mejores resultados es algo que no se entiende. Eso ocurrió en Salud.
Es que no se entiende nada. No solo es que sacas a tu mejor ministro, es que pones al peor sustituto. ¿Qué lógica hay en esto? Claro, después viene el señor Cerrón y te explica desde su sectarismo comarcal que era hora de los méritos del campo. En realidad, era hora de sus sirvientes.
Lo peor es que Castillo acepta esta imposición.
Tenemos un presidente indescifrable porque después de enterarme cómo opera el grupo que lo rodea, de los memos internos que lanzó el ex secretario general de la presidencia, el señor Jaico, llego a la conclusión de que no es que Castillo proteja a un grupo: es parte del grupo.
A Pedro Salinas le dijo: “El centro es nuestra salvación”. ¿Por qué?
Por la misma razón que mi columna se llama “Matices”, porque creo cada vez menos en los sistemas binarios, en las dicotomías excluyentes, blanco-negro, feo-bonito, izquierda-derecha. Hay algo militar en todo eso, algo simplista, algo naif. El mundo es mucho más gris de lo que querríamos. Un centro educado, no digo libresco, pero sí salido de la reflexión y del estudio, es una maravilla, porque al final de cuentas las soluciones siempre vienen de partes enemistadas, son combinaciones muy sofisticadas. Ningún problema tiene una solución…
Única.
Única, y ningún problema tiene una sola arista. Los problemas son más hexagonales que la agüita del ministro.
Me parece, esta simpatía por el centro es más reciente en usted.
Es que yo me siento de centro-izquierda, si tuviera que definirme. Socialista y liberal. No es nada original, no es un invento, no descubro nada, porque es un viejo debate, este asunto de un socialismo que reconozca al individuo como pieza sagrada y que, sin embargo, admita que las soluciones deben ser colectivas y, además, justas. ¿Y cuál es la otra salida? ¿Volver a la tribu, lanzarnos lanzas, resucitar a los mamuts? En eso estamos. El Perú ahora es un país de cavernas. Todos se sienten los depositarios de la humanidad y miran a los demás como los neandertales peligrosos. Es tremendo eso, ¿no? ¿200 años para llegar a este grado de enemistad y virulencia? Aprendimos poco, ¿cierto?
Es una sociedad no solo enemistada. Tiene hasta cierto grado de salvajismo.
Si lo salvaje es aquello que crece y se desarrolla de un modo espontáneo con cierto mínimo de normas, en realidad no somos salvajes. En realidad, somos bárbaros. Tengo un concepto posiblemente romántico y bucólico y el salvajismo como que no me asusta. Pero la barbarie sí, porque ahí hay una suerte de código y premeditación. El salvaje está ahí, cazando y viviendo. El bárbaro es el que puede destruir Roma, el que bombardea las estatuas de Buda en Afganistán y, en el Perú, el que dice que la pobreza es necesaria porque de lo contrario los salarios serían demasiado altos. Esa es otra manera de ser Atila.
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Me ha hablado de sus decepciones, ¿a qué políticos peruanos ha respetado?
Respeté mucho, aunque no compartía su conservadurismo inglés, a Andrés Townsend. Respeté mucho a Bobby Ramírez del Villar, aunque no compartía su derechismo democristiano. Admiré mucho a Héctor Cornejo Chávez, a pesar de su carácter, de sus rabietas y de su apego por soluciones autoritarias, eventualmente. Cómo no, sí. He admirado a mucha gente. He sido amigo de mucha gente con la que no he tenido casi afinidad política alguna. Luis Alberto Sánchez me consideraba un amigo y yo lo consideraba un maestro. He admirado a Pablo Macera antes de que se convirtiera en congresista del fujimorismo. No solo tengo capacidad de admirar, tengo deseos de admirar, una necesidad permanente de creer en la gente. Lo que ocurre es que en el Perú es una profesión muy difícil la de admirador, muy ardua, un oficio peligroso.
Hildebrandt señaló que no puede asegurar que algún grupo político esté detrás de esto. Foto: La República
¿Hasta cuándo piensa ejercer el periodismo?
Cada vez tengo más ganas de abandonarme a mis lecturas. Y, sin embargo, cada vez que tengo esta tentación, y la tengo cada vez con más frecuencia, siempre hay un lado mío que me dice “egoísta, estás pensando en ti, y no en lo que haces”. Pero hay otro lado mío que dice “no le hagas caso a esa voz, porque tú no estás haciendo nada, lo que haces es inútil, lo que has hecho no sirvió para nada, ni corregiste nada, ni mejoraste nada, ni rectificaste nada, es tu ego el que está en juego”.
¿Se siente decepcionado de su carrera periodística?
No. Pero sí del periodismo en general. El periodismo no ha enfrentado al sistema, se ha integrado a él. Y esa castración ha sido fatal. No hay periodismo sin desasosiego, descontento y un poco de rabia. Y el 80% del periodismo peruano parece estar bailando eternamente el minué del contentamiento, de la resignación, de la cortesanía. Es el periodismo de Versalles.