El histórico encuentro de las dos Corea, el nuevo precio de la paz.,Los líderes de las dos Corea, Kim Jong-un y Moon Jae-in, de Corea del Norte y Corea de Sur, respectivamente, han protagonizado un encuentro espectacular y luminoso, cargado de simbolismo, buenos augurios y ansiedad y, claro, de apabullantes efectos especiales. No era para menos, ambos países han estado en los últimos años al borde de la guerra, y sobre las cabezas de sus habitantes han planeado graves amenazas de destrucción y muerte como nunca después de la guerra en la península, en los años 50, cuando un país se dividió en dos pedazos irreconciliables. Por esa razón, el diálogo iniciado no es de utilería, aunque tampoco tiene vida propia; es un punto intermedio entre la reciente visita de Kim Jong-un a China y su próximo encuentro con Donald Trump. Dejando de lado los efectos especiales, el encuentro de los dos dirigentes de una sola nación dividida solo ha sido posible por el brusco giro de Corea del Norte, luego de cuatro años de retórica guerrerista, ensayos militares provocadores y desplantes a la comunidad internacional. No se puede calibrar todavía el peso que ha tenido este giro en los siete paquetes de sanciones dispuestos por el Consejo de Seguridad de las NNUU, pero es evidente que estas presiones aislaron a Pyongyang, alejándolo inclusive de China, su socio tradicional, que se avino a cortar por primera vez en seis décadas eslabones cruciales de un benevolente comercio bilateral. Tampoco es por ahora estimable el impacto que este giro ha tenido en el cambio de la política de EEUU hacia Corea del Norte, que pasó del ataque abierto al contacto bilateral, y si este cambio es el resultado de una estrategia de palo y zanahoria o del abandono de las posiciones iniciales de Trump respecto de Asia, que lo llevó en la campaña electoral a prometer el retiro de las tropas de EEUU de Corea del Sur y Japón, y sugerir que ambos países fabriquen su propio armamento nuclear. Constatado el giro coreano del norte, conviene apreciar el alcance de los acuerdos y sus perspectivas. En este punto es imposible no recordar el rápido fracaso del último de los acuerdos, suscrito el 4 de octubre del 2007, entre Kim Il Sung –padre del joven y sanguinario dictador– y el entonces presidente de Corea del Sur, Roh Moo-hyun, que, como ahora, se proponía superar el armisticio que militariza la frontera para establecer un sistema de paz estable. Esta etapa es ciertamente distinta; Corea del Norte se encuentra más aislada que entonces y su economía es más vulnerable. Al mismo tiempo, su nivel de desarrollo nuclear ha llegado a un punto de relativa suficiencia, que es probable que lo que le interese actualmente sea una apertura económica que garantice tanto la intangibilidad del régimen político como reducir las penurias económicas de la población. Esta vez, la paz tendrá otro precio más alto. Un giro no tiene la misma significación que una apertura, de modo que debe esperarse a completarse el cronograma de los encuentros y el traslado de los primeros acuerdos a los hechos. Ahí sabremos cuánto de sinceridad hubo en los abrazos y si hay más espacio para la esperanza.