Este año íbamos a cumplir el sueño de llevar a nuestra hija de once años a Machu Picchu. Me había imaginado tantas veces haciéndome una foto con ella igual a la que nos hicimos mi madre y yo en los 80. Venía también Roci, española, iba a ser genial llevarla a ver esas piedras locas. Y finalmente, Vilma, mi suegra, a sus 70 años pisaría por primera vez el Cusco. Pero la realidad nos golpeó. Roci no solo tenía que pagar el doble por la entrada, sino que debía ir en un tren distinto por 70 dólares frente a los 10 soles que costaba el tren nacional, así que se inmoló por una cuestión de principios. Yo como había ido ya dos veces también me caí del plan. Me metería con photoshop en la foto. Jaime, Vilma y Lena salieron a las 3 de la mañana hacia la increíble ciudadela de los incas. Volvieron a la 1 de la madrugada del día siguiente; Lena lloraba, estaban molidos, muertos de frío, tras horas de espera, de colas infinitas, de maltrato y discriminación. ¿Cómo es posible que habiendo entrado a las 9 de la mañana a las ruinas y terminado la visita a las 12 del día volvieran a esa hora destrozados? Lo que está pasando en Machu Picchu huele muy mal y es una verguenza. No hay manera de que un peruano viaje a precios populares pero dignamente a nuestra mayor joya arqueológica. Todo está diseñado para que sean los turistas los que, pagando altas sumas, accedan en buenas condiciones. Perú Rail es una empresa privada que tiene el monopolio del tren y ha logrado apropiarse de Machu Picchu. Ha bloqueado cualquier iniciativa para hacer rutas alternas y la construcción de una autopista para un tramo que dura una ridícula hora. Lo peor es que no ha invertido nada en mejorar los servicios de la estación, cuya parte “local”, está casi al aire libre. Los peruanos que lo logran, viajan como ganado a conocer parte de su historia, mientras una empresa sin escrúpulos se llena los bolsillos explotando gringos. ¿Qué dice PromPerú? ¿Esta es la marca Perú?