Por: José María Rojo,Ya casi están encendidos los motores del avión que traerá al papa Francisco al Perú. El pesimista dirá: “tan pocos días para un país tan grande…Solo tres ciudades”. ¿Por qué no decir “qué suerte, qué privilegio que nos visita el papa Francisco, tan de Dios y tan nuestro… que podrá conocer un poco mejor nuestro país y darnos un impulso para construir un futuro mejor?”. Definitivamente no vale la pena perder el tiempo elucubrando si hubiera sido mejor pedir más días o distribuirlos de otra manera. ¡Hay que sacarle partido a lo que tenemos! Y no cabe duda que, en tan corto tiempo, la firme decisión de ir a Puerto Maldonado, a la Amazonía Peruana, cobra un significado muy importante. Algunos, antes que yo, ya lo han destacado en esta misma columna. Fabiola Luna (17-9-17) la dedica entera a razonar “la sorpresa” de haberse elegido para la visita a Puerto Maldonado y hace un hermoso recorrido por la encíclica Laudato Si, viéndola (legítimamente) en la base de la decisión tomada. A ella me remito. Igualmente, el 23 de octubre pasado, Cristian Miranda Quiroz, escribe desde su posición privilegiada de misionero jesuita en nuestra Amazonía. Titula la columna El Papa en el Perú con rostro amazónico y añade: Francisco, el que es nuestro visitante, a la vez será nuestro guía a través de la realidad amazónica, la cual aún sigue siendo muy lejana a nuestra mirada citadina y sobre todo capitalina… Él viene buscando escuchar la voz que grita muchas veces de manera solitaria, sanar las heridas de aquellos que se sienten heridos y humillados y fortalecer el ánimo de aquellos muchos que no pierden la esperanza de convertir su tierra en un lugar de paz, armonía y prosperidad. Ojalá nuestras clases dirigentes entiendan que hay otras maneras de desarrollo distintas al abuso extractivista y al atropello de los pueblos. Ojala todos los peruanos miremos y escuchemos, con el corazón abierto y generoso, a nuestros pueblos amazónicos y al papa Francisco. Va a tener él oportunidad de mostrar, con el solo gesto de la visita, lo que rotundamente dejara patente en la Laudato Si: la imposibilidad de separar el grito de la tierra y el grito de los pobres, la opción por los pobres –tan reafirmada en la Iglesia Latinoamericana donde creció y maduró Bergoglio- y la madre/hermana tierra reclamándonos el cuidado de la casa común. Compartiendo con los indígenas de nuestra Amazonía y viendo el desastre ecológico perpetrado ya y el amenazante futuro, podrá volver a declarar al mundo: No hay dos crisis separadas, una ambiental y la otra social, sino más bien una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las directivas para la solución requieren un acercamiento integral para combatir la pobreza, para restituir la dignidad a los excluidos y al mismo tiempo tomarse cuidado de la naturaleza” (LS 139). Por un día, el viernes 19 de enero, Puerto Maldonado se convertirá en una gran cumbre ecológica: todos los focos del mundo (sobre todo los mediáticos) apuntarán hacia allá. Pero con una doble gran diferencia con París 2015 o Bonn 2017: una, no van a ser los poderosos los que se reúnan para hablar, van a ser los pueblos pobres de la Amazonía los que digan su palabra (¿la escucharemos? ¿la tomaremos en cuenta?) y dos, con ellos va a estar comprometiéndose Francisco, su aliado incondicional, que no tiene nada que perder ni esconder y que ya nos ha gritado de todas las formas posibles: o apostamos por cuidar nuestra casa común, frenando el consumismo y la producción de “descartables” (no sólo objetos ¡sino personas y pueblos!) o el planeta tierra se nos va al garete. Ojala se atrevan a fijar ojos y oídos en Puerto Maldonado los poderosos de esta tierra, los que no quieren renunciar a su particular carrera desarrollista y productiva. Ojala dejen de ser objetivo y motor principal el lucro y la ganancia. Ojala primen la cordura, la solidaridad y la generosidad. (*) José Mª Rojo García, sacerdote, Superior General del IEME