UNO. Escucho a un tal Yago de la Cierva, español para más señas, amigo del Opus Dei y de la Universidad de Piura, entrevistado por Aldo Mariátegui y Fernando Carvallo en RPP. Aparentemente, es un especialista en temas de comunicación y maneja algunos tópicos vaticanos. Llegado a este punto, Aldo le enrostra de súbito el impune Caso Sodalicio en el Perú, y la defensa de De la Cierva es ciega, emperrada, tozuda. “La Iglesia ha cambiado radicalmente”. “Benedicto puso en primer lugar la protección de las víctimas (de la pederastia clerical)”. “No hay sitio en el sacerdocio para abusadores”. “La Iglesia está liderando el cambio”. Y así. Pero claro. Quienes seguimos de alguna forma los crímenes sexuales perpetrados por ensotanados, luego de escuchar a De la Cierva solo llegamos a la inevitable conclusión de que, o estamos frente a un buen señor, ultracatólico, que quiere creer a machamartillo en su institución, o, que esa es otra, al contertulio opusdeísta le entró una legaña en el ojo que no le deja ver lo evidente. Y nada. No se trata solo de él, claro. Lo suyo es simple efecto contagio. Porque comentarios como el de De la Cierva ocurren con frecuencia. Aunque hubo uno que sí me pareció lisérgico. Sugirió que detrás de esta “campaña” contra la organización vaticana, estarían grupos protestantes rociando veneno con el evidente propósito de desprestigiar a la Santa Madre Iglesia. Para dañarla. O algo así. Figúrense. DOS. El grupo TEDx Characato, vinculado a la conocida organización sin ánimo de lucro TED, que dirige Chris Anderson, con el propósito de crear un escenario de divulgación de ideas inspiradoras y novedosas y frescas y creativas para el beneficio de la humanidad, que abarca todos los asuntos habidos y por haber, denunció a la Universidad Católica San Pablo de Arequipa, de propiedad del Sodalicio, por vetar al ministro de Cultura, Salvador del Solar, “por un tema de carácter religioso al haber mantenido desacuerdo con el arzobispo de la ciudad”. En su comunicado, el staff del Grupo TED describe esta situación como “nunca antes vista en nuestros eventos alrededor del mundo”. En más de 190 países, le faltó añadir. “Rechazamos esta injerencia y veto (…) No volveremos a solicitar auspicio en el futuro de dicha universidad (…) y de cualquier institución ligada a ella”. ¿Cuál era la ponencia del ministro? La importancia de desarrollar una cultura país. Tal cual. ¿No les parece patético? ¿E intolerante? ¿Y hasta de evocaciones medievales? El problema es que, la verdad, uno no deja de sentir un poco de vergüenza ajena, porque esto no ocurrió en un país musulmán, sino acá, en Perulandia, y en una institución que, además, supuestamente, “ha cambiado”. Pero con sus acciones lo único que ha demostrado es que, para ellos, los sodálites, la línea más corta entre dos puntos es la estupidez. Y la intransigencia totalitaria que, en teoría, habían dejado atrás, sigue vigente. TRES. Acabo de lanzar, en el marco de la Feria del libro Ricardo Palma, una nueva publicación que hace seguimiento al mayor escándalo sexual de la iglesia católica en el país, y que es la continuación de otra que publiqué a inicios de este año. El Caso Sodalicio Vol. 2 (Planeta, 2017), se llama. Considero que, para quienes somos unos malpensados y suspicaces impenitentes, el monitoreo a instituciones corrompidas desde la raíz, como el Sodalitium Christianae Vitae, es indispensable. Porque más temprano que tarde, al no haber enmendado sus errores sustantivos y solamente haber pergeñado cambios cosméticos, van a tornar a las andadas. Y nos van a volver a turbar y dejar de una pieza con más clarinazos que tienen que ver con la cultura de abuso institucionalizada por su fundador (jamás expulsado) Luis Fernando Figari. La respuesta de los simpatizantes del Sodalicio fue el ataque. El correlato era previsible, aunque, les confieso, mis excorreligionarios nunca dejarán de sorprenderme. Los “sodatrolls” volvieron a la carga en las redes. Como si nada hubiese cambiado. Y arremetieron con el viejo estilo de toda la vida. Como si las denuncias y señalamientos e imputaciones jamás hubiesen existido. Algunos insultos podrían pasar a los anales de la cojudez nacional, si me apuran. Pero tampoco quiero ensañarme. Por ahí están regados en las redes, esparcidos como tóxicas cenizas. Descalificando a la ligera, sin contemplaciones, con brutalidad, gratuitamente, en cadena, impunemente, tratando de generar polémica, sin pruebas, sin paliativos, sin piedad, como un huayco. Como una lluvia de caca.