Esta vez no bailó. No hizo esos pasos torpes que suele hacer como una suerte de amuleto antes de cada partido. Acaso porque sabía que el partido que tenía por delante no era con una selección de fútbol que dejaba jugar sino más bien una más recia y fuerte. A falta de jugar “bonito” esta selección, a la que poco le importaba tener el público en contra, podía convertirse en una suerte de muralla infranqueable. Días antes, la otra “selección” había festejado entre aplausos y vítores en el Congreso. Sin embargo, este festejo no era porque su lideresa hubiera salido “limpia” del interrogatorio que en Brasil le hicieron al Marcelo Odebrecht sino más bien porque había conseguido esta suerte de “kriptonita verde” que la protegía de cualquier amenaza: PPK había trabajado para la empresa Odebrecht años atrás. Contaban con una nueva arma que antes no tenían. Por eso PPK no bailó esa noche. Como sabemos, el último interrogatorio a Marcelo Odebrecht en Brasil ha traído confirmaciones y sorpresas. En algunos casos ha confirmado las sospechas que se tenían en torno a Keiko Fujimori y al famoso AG, es decir Alan García, y en otras ha traído sorpresas como los posibles vínculos entre PPK y la firma brasileña. Como alguien dijo en las redes: las puertas del infierno, finalmente, se han abierto. Por eso no es extraño que un diario haya puesto en su carátula el día de ayer “Nadie se salva” que es una forma distinta de decir “que se vayan todos”; mientras que otros, como Mirko Lauer, hayan dicho, con mucha razón, “que la profecía de fondo cuando todo comenzó, fue que el dinero y los soplos brasileños del Lava Jato podían terminar liquidando el sistema político, léase democrático, del país”. Y es que, en realidad, estamos ante una crisis política de otra naturaleza que no solo está vinculada directamente a la permanencia de PPK como presidente lo cual son, dicho sea de paso, palabras mayores, sino también frente a una crisis –por más que cantemos “Perú Campeón” o gritemos “Arriba Perú” y nos pongamos la camiseta de la selección en un posible día feriado– que avanza y que bien puede terminar en una “tormenta perfecta”. Sin embargo, es también una crisis extraña. No es consecuencia de una confrontación social, es decir, de un enfrentamiento político entre los de arriba y los abajo, y en el que cada sector levanta proyectos distintos y alternativos. Lo que hoy tenemos es más bien una crisis en las alturas de lo que podemos llamar la “clase política. Y si bien a los de arriba, es decir a los “políticos”, se les hace cada día más difícil gobernar, los de abajo no tienen capacidad ni de cambiar el rumbo de los acontecimientos y menos de gobernar el país. En este contexto es bueno preguntarse si la táctica que el progresismo levantó en las elecciones del año pasado sigue en pie. Es decir, es mejor PPK que el fujimorismo o si más bien, como acabo de leer en las redes, “es la hora de la ira. Nos están destruyendo como nación y como pueblo, el fujimorismo y su socio PPK NO pasarán”. Dicho con otras palabras, ¿es posible una estrategia autónoma que vaya más allá de la defensa de un gobierno inepto y de una democracia, como esta, que ha naufragado en medio de la corrupción, y que al mismo tiempo sea capaz de frenar la embestida autoritaria del fujimorismo que busca copar el Estado y los poderes constitucionales como la Fiscalía y el TC? Porque la otra posibilidad, si no se hace algo, será el pacto entre aquellos que solo buscan la impunidad para esconder sus fechorías, sino también con una “clase política” en franca decadencia dispuesta a entregarle todo el poder al fujimorismo como tabla de salvación a costa de destruir lo poco que queda de progresismo en nuestro país. Si la última posibilidad es la que triunfe, sus consecuencias no solo serán en la política sino también en las formas de convivencia entre los peruanos. Hoy existen sectores fundamentalistas que dan conferencias en universidades sobre el “creacionismo”, que niegan la igualdad entre hombres y mujeres, otros que dicen que el antifujimorismo es culpable de la corrupción, que la masacre de El Frontón no existió y que es un delito decir “Perú, país de violadores”, es decir, un mundo al revés, bizarro, del cual estamos crecientemente excluidos.