Desde ayer miércoles que envié esta nota a La República hasta hoy, en el que usted la puede leer, han muerto asesinadas por armas de fuego en EE.UU. 93 personas más; es el índice diario. Las víctimas anuales por esta causa son más del doble que los muertos por ataques terroristas en todo el mundo. En dos años “normales”, se producen en EE.UU. más muertos (33 mil al año) que en la guerra en Vietnam, que duró 16 largos años. Ante el horror de otra matanza, como la ocurrida en la iglesia bautista en Sutherland Springs el domingo, salta de nuevo el clamor de unos de que se establezcan nuevas reglas, pero eso pasa y al final no se hace nada. En esta materia las cosas están totalmente patas arriba y fuera de cauce. Varias constataciones muestran la gravedad del problema y la urgencia de una política distinta. Tres datitos. Primero, EE.UU. encabeza largamente la lista de países desarrollados con homicidios por armas de fuego. De acuerdo a la información de la ONU, el índice allí es 15 veces más alto que en Alemania y 6 veces más alto que en Canadá, para dar sólo dos ejemplos. Segundo, el número de armas de fuego en manos de la población es notoriamente exagerado. Mientras en EE.UU. vive sólo el 4,43% de la población, el 42% de las armas del mundo en manos de civiles está en ese país. Tercero, mientras más armas hay no sólo se pone en riesgo a la población civil, cada vez son más los policías muertos por armas de fuego, debilitando la ya afectada seguridad ciudadana. Detrás de todo esto hay, por cierto, leyes y una cultura que permiten este liberalismo extremo en el derecho a comprar y poseer armas de todo tipo y calibre. Siendo eso cierto, sin embargo, es creciente la porción de estadounidenses descontenta con las reglas vigentes. Si hace 10 años el 57% de los estadounidenses se encontraba satisfecho con ellas, a fines del año pasado ese 57% era, más bien, el de la porción de la población insatisfecha. El amplio abanico de problemas a atacar tiene al menos cuatro aristas. De un lado, no parece fácil dejar sin efecto la “segunda enmienda” de la Constitución o interpretarla de manera radicalmente diferente. Esta norma del siglo XVIII se interpreta en el sentido de que la tenencia de armas es un derecho fundamental y una de las garantías para poder eventualmente enfrentarse a un gobierno despótico. Las decisiones de la Corte Suprema sobre la materia han reiterado que la enmienda es una defensa de los derechos individuales, algo que, por lo demás, está bien enraizado en la cultura estadounidense. Ha establecido, además, que ese derecho se extiende a armas que no existían cuando la norma se dictó. Por otro lado, es más que evidente que es indispensable generalizar un sistema de verificación de antecedentes penales y psicológicos. Esto no haría imposible que haya armas en circulación o que se usen para el mal, pero por lo menos no facilitaría que un notorio desequilibrado pueda comprar un M16 en una feria. Algo hizo Obama al respecto pero es insuficiente. Mejorar las medidas de educación en el uso de armas y de seguridad de las guardadas o almacenadas, que muchas veces se dejan cargadas y desbloqueadas, es también importante. Más del 90% de las muertes por armas de fuego no se producen por armas de gran calibre ni ocurren en masacres por tiroteo. Finalmente, acaso lo más complejo: abordar la marginación y falta de oportunidades de los jóvenes en las grandes ciudades.