Con el final del “boom” de los precios altos de nuestros productos de exportación primarios, parece llegar también el final del “giro a la izquierda” que atravesó la región. La crisis económica del cambio de siglo desprestigió al sentido común neoliberal e incentivó la búsqueda de opciones de cambio; allí donde las fuerzas de izquierda llegaron al gobierno, tomaron ventaja del boom para implementar políticas redistributivas que les dieron amplia popularidad. A estas alturas, el gobierno de Nicolás Maduro tiene cada vez menos defensores, y se impone el consenso de que se trata de un gobierno descalabrado y abiertamente autoritario. En Ecuador, Rafael Correa aceptó la legalidad institucional, el principio de alternancia en el poder y dejó el gobierno después de más de diez años; su sucesor fue Lenin Moreno, el vicepresidente de su primer mandato, con lo que parecía que el correísmo se mantendría en el poder. Sin embargo, Moreno está dando muestras saludables de distanciarse de una pesada herencia económica y política, y Correa habla abiertamente de “traición”. En Bolivia la todavía hegemónica presencia de Evo Morales y la relativa estabilidad del país parecerían un bastión izquierdista, pero Morales perdió en febrero del año pasado el referéndum que pretendía cambiar la Constitución para permitir la reelección indefinida (51.3% contra 48.7%). El problema es que ahora el gobierno implementa diversas maniobras para pasar encima del referéndum y violar la propia normatividad creada bajo su hegemonía. Esto podría llevar a Bolivia por una deriva abiertamente autoritaria, como en Venezuela. En cuanto a los otros países que fueron también parte del “giro”, encontramos en Chile no solo la posibilidad del triunfo de la derecha con la vuelta de Sebastián Piñera en las elecciones de noviembre, sino también la ruptura de la Concertación de Partidos que protagonizó la hegemonía de centro izquierda de las últimas décadas. En Brasil el giro a la derecha del presidente Temer parecía extremadamente precario y reversible, sin embargo el rebote económico, el “desinfle” de algunas acusaciones de corrupción y su habilidad para construir una nueva mayoría en el Congreso parecen consolidarlo, a pesar de su muy baja popularidad. Y en Argentina hoy domingo se realizan las elecciones legislativas de medio término, que confirmarían el buen momento del gobierno de Macri. ¿Significa esto que la resaca se llevará del todo lo que dejó la “ola” del giro a la izquierda? No parece tan claro. Me parece que los resultados de las recientes elecciones estaduales en Venezuela, con todo lo amañadas que hayan podido ser, muestran que el chavismo sigue siendo, a pesar de su catástrofe, una fuerza electoral significativa. Morales sigue siendo una figura popular, y claramente mantiene bastiones políticos en la Bolivia rural y altiplánica. Correa sigue siendo un referente central en la política ecuatoriana. En Argentina, las elecciones primarias de agosto pasado muestran a un peronismo todavía en condiciones de dar la pelea; en Brasil, Lula, a pesar de todas las acusaciones en su contra, sigue apareciendo como un candidato electoralmente viable. Mi conclusión es que en el futuro cercano, la clave para nuestros países es encontrar alguna fórmula de convivencia entre los movimientos que dejó la ola izquierdista y los nuevos actores políticos, y evitar caer en una lógica de pura “reintauración” del pasado. Para ello se requieren pasos desde ambas orillas. Difícil por los altos niveles de polarización, pero imprescindible para la estabilidad y desarrollo de nuestros países.