El último domingo, un enajenado de 64 años llamado Stephen Paddock disparó por la ventana del cuarto que ocupaba, en la planta 32 de hotel Mandalay Bay de Las Vegas, contra más de 20 mil fanáticos que atendían a un concierto de música country al otro lado del Strip —la famosa calle principal de la ciudad—. Paddock estaba hospedado desde el jueves en esa habitación, donde había reunido 23 armas de fuego y cientos de municiones. Pasadas las diez de la noche, a los asistentes les pareció que comenzaban a escuchar fuegos artificiales. Al momento comprendieron que se trataba de un tirador, que disparaba indiscriminadamente contra ellos. Un minuto más tarde, el tiroteo había terminado, con un saldo de 58 muertos y más de 500 heridos. Acababa de consumarse la peor masacre en la historia de los Estados Unidos. La ferocidad del acontecimiento ha reactivado el debate sobre el control de armas en un país donde cada año mueren a balazos más de 33 mil personas. La última vez que se hizo fue durante la presidencia de Barack Obama. Conmovido por la matanza de 20 niños y ocho profesores en la escuela primaria de Sandy Hook, el por entonces presidente estadounidense presentó varios proyectos para reformar las leyes de armamento, que fueron sistemáticamente bloqueados por el Senado. Frustrado por su fracaso, en enero de 2016 ofreció un discurso donde rompió a llorar mientras recordaba a las víctimas de Sandy Hook, Santa Barbara y Columbine. ¿Podrá avanzar ahora el control de armas? Con Donald Trump en la Casa Blanca sería ingenuo albergar cualquier esperanza. Mientras los disparos zumbaban entre el gentío de Las Vegas, la Cámara de Representantes mantenía en debate una ley que pondría fin a la restricción en la venta de silenciadores. Como dijo Hillary Clinton: ¿cuántas personas más habrían muerto si el sonido de los disparos no hubiera servido como advertencia? Aunque la tramitación de la nueva norma ha sido pospuesta por este episodio, los republicanos igual la aprobarán. La posesión de armas se justifica en una interpretación bastante laxa de la Constitución americana, que garantiza el derecho a poseer y portar armas para garantizar la seguridad de un Estado libre. Este dispositivo del siglo XVIII ha permitido construir un negocio que mueve 15 mil millones de dólares al año, que hace tiempo viene llevando a EE.UU. al borde de un abismo de muerte, violencia e irracionalidad. ¿Podían imaginar los fundadores de la Constitución americana que con el tiempo se producirían armas automáticas como las que permitieron a Paddock matar masivamente desde 350 metros de distancia? El lobby de las armas ha concebido varios argumentos para que las cosas no cambien. Por ejemplo, se dice que el verdadero problema no son las armas, sino las malas personas. Es cierto, una mala persona puede matar con un cuchillo, incluso con un lápiz afilado. Pero nunca podrá causar tanto daño como con un arma en las manos, ciertamente no matará a 58 personas desde 350 metros, como lo hizo Stephen Paddock. También se dice que la solución es poner armas en manos de las buenas personas, para que puedan defenderse. Pero yo me resisto a aceptar que la solución para la violencia causada con armas sea poner más armas en las calles, o que de pronto exista la obligación de portar una pistola en el bolsillo para ir tranquilo por la calle. El resultado de estos argumentos es muy concreto: en lo que usted tardó en leer este artículo, un arma de fuego mató a una persona en EE.UU.