Sobre la encuesta 2017 de percepción de corrupción.,Alan García tiene razón de estar molesto por ser considerado el presidente del gobierno más corrupto según la encuesta de Ipsos encargada por Proética, pues a nadie le gustaría ser recordado por un atributo tan feo como ese. Y, entonces, Alan García ataca para manifestar su desagrado con tan deshonroso galardón, y se lanza con todo por el twitter contra la encuestadora y la entidad que encargó el estudio, creyendo que así puede sacar su nombre de la vitrina de la corrupción, que en el Perú es un escaparate bien grande y plural pues existe una antigua tradición de quienes logran un poco de poder de malgastarlo robándole –mediante muchas modalidades– al erario. Pero insultar no ayudará mucho a Alan García para limpiar su imagen, pues eso lo proyecta como alguien desesperado por una fama de deshonesto construida desde hace más de tres décadas, y que es, en última instancia, su principal dificultad para ganar otra elección presidencial, además de su desconexión con la gente. Sin embargo, a favor de Alan García se pueden decir varias cosas. La primera y quizá más importante es que el estudio de Proética no es nada más que una encuesta, que no es otra cosa que lo que la gente piensa de algo, pero que no constituye, en modo alguno, la verdad contundente. En contra de lo que piensan muchas personas, periodistas, políticos y hasta encuestadores, quienes construyen artículos y sacan conclusiones determinantes con encuestas, estas no significan ‘lo correcto’, ‘la verdad’ o ‘lo que se debe hacer’. Es solo lo que piensa la gente. Una encuesta –si está bien hecha y no como la aprista Idice– sirve para saber quién va ganando la elección o qué porción de la población aprueba al presidente o desaprueba al opositor. Pero sobre el grado de profundidad de la corrupción, tengo algunas reservas sobre la validez de lo que piensa la gente. Yo creo que la situación es peor que lo que arroja el sondeo encargado por Proética. Y eso es así pero no solo porque tenemos políticos con vocación de asaltantes, sino porque la impunidad campea; porque cuando se procesa a ex presidentes los fiscales y jueces miran las cosas distinto, dependiendo de quién se trate; porque hay una tolerancia social muy grande; porque la prensa suele investigar la corrupción solo con el prisma de lo que le interesa, sin abordar el problema con intención de ‘caiga quien caiga’; y porque casi ningún gobierno –incluyendo al actual– llega a darle prioridad a la lucha anticorrupción.