Lo que pocos se están preguntando en estos días es por el futuro de la izquierda legal y el centro-izquierda. Luego de una buena performance en las elecciones del 2016, a los izquierdistas no les ha ido tan bien. Se han divido todavía más, parecen haber perdido terreno frente a grupos más radicales, el Congreso los ha despintado. El centro-izquierda está peor, representado por dos ex presidentes en problemas, sin partidos que reivindiquen la posición, sin figuras de recambio en las que pueda intuirse un peso nacional. En cierto modo, sus antiguas posiciones han sido asumidas, sin mucho brío, por la derecha liberal, aunque esta solo reivindica una parte del menú. Sin embargo las encuestas y el clima político muestran a un público bastante disponible para el izquierdismo y el centrismo. Algo notable si consideramos que hoy no hay grandes figuras en esos sectores. Lo cual hace pensar más bien en una suerte de anti-derechismo sordo, cuya ideología de fondo es el descontento. En más de un sentido los debates de estos días sobre el futuro de Sendero Luminoso tienen que ver con el futuro del descontento en el Perú. Nadie lo dice en esos términos, pero las simpatías por la pasada huelga magisterial bajo conducción ultraizquierdista, con 50% a favor de buena parte del pliego, son elocuentes. La cuestión es quién va a proponer alternativas satisfactorias para el 2021 (no es lo mismo que viables, o incluso razonables) al descontento frente al orden establecido en el país. La votación radicalizante del sur andino es un buen ejemplo de cómo funciona esta relación entre electorado y propuesta política. La sensación es que si la izquierda y el centro no se mueven más hacia la izquierda, si no pisan más el pedal del activismo, si no encuentran figuras más atractivas que las actuales, serán efectivamente avasallados por sectores cada vez más radicales. No solo por los políticos de SL. La oferta del radicalismo se está diversificando.