Todas las encuestas coinciden: a punto de cumplir un año, el Gobierno no está a la altura de lo que se esperaba. La más reciente de GfK, arroja que los peruanos esperan del mensaje presidencial noticias sobre la lucha contra la inseguridad y la pobreza. En el primer aspecto, pese a los evidentes esfuerzos del ministro Basombrío –quien debería seguir en su puesto a mi juicio–, es palpable la frustración de la gente. Sería una lástima que, por intentar ganar un respiro, el Presidente ceda a las presiones de grupos de intereses y lo remueva de su cargo. La inseguridad es un problema de múltiples aristas y requiere un trabajo sostenido y de largo aliento. Como se viene haciendo. De modo que en ese punto, el Gobierno haría bien en mantenerse firme y no actuar en función de índices de popularidad, que hoy son muy bajos. Parte importante de la tarea de un estadista es, como los alcohólicos anónimos, ser capaz de diferenciar entre lo que se puede modificar y lo que no. Y en tener el criterio para discernir entre ambas situaciones. Respecto de la pobreza el asunto es más peliagudo. Una tarea previa indispensable sería la de desfujimorizar la política. Este año se ha visto dominado por la presencia de esa familia. Desde el indulto al padre hasta la obstrucción liderada por la hija, pasando por la reciente pugna entre la primogénita y el benjamín, todo lo que hace el Gobierno pareciera que tiene que pasar por el tamiz del fujimorismo. Esto constituye una suerte de secuestro mental que debe ser erradicado. Ya sea que le es funcional a PPK como explicación para su inacción, o bien que sea parte de una estrategia para dividir al adversario, lo cierto es que, como bien lo refleja la citada encuesta, los peruanos se sienten no solo decepcionados: yo diría que también se perciben abandonados. No basta con hacer visitas y ponerse ponchos y sombreros. Tampoco con insistir en la jerigonza tecnócrata del tipo “destrabe” o “crecimiento del PBI”. Para combatir ese corrosivo afecto llamado decepción, hay que generar esperanza e ilusión. No todo son cifras y precios. Parece obvio pero en la práctica el régimen actúa como si la plata fuera la panacea. Acaso lo sea, después de todo, pero para generarla hay que poder persuadir a la ciudadanía de la viabilidad del proyecto político, no solo económico. Es claro que eso no está sucediendo. Cuando un joven adicto decepciona a su familia, no todo está perdido. A fuerza de empatía y firmeza, por un lado, y ganas de salir adelante y vencer a las fuerzas autodestructivas por el otro, he visto a muchas personas revertir lo que parecía una situación catastrófica. Ignoro si el símil es adecuado, pero cada cual lee la política de acuerdo a su experiencia de vida. Solo que cuando uno es gobernante, debe poder trascender esos marcos de referencia espontáneos y hacer lo que la situación exige, no lo que a uno le nace. Una tarea previa indispensable sería la de desfujimorizar la política. Todo lo que hace el Gobierno pareciera que tiene que pasar por el tamiz del fujimorismo.