“No todos tenemos la culpa”: el drama de los limpiaparabrisas
Entre la necesidad y la falta de oportunidades. A diario conviven con el estigma y la pobreza. Ahora que les han prohibido trabajar en la capital, buscarán otra ocupación, también informal, pues las autoridades no les han dado más opciones.
Entre las gastadas pistas y el dramático tráfico limeño, algunos jóvenes se mueven ágilmente entre los carros y preguntan a los choferes si pueden limpiar sus lunas. Ninguna autoridad se había preocupado por su precarizado trabajo hasta los últimos días, cuando su oficio se convirtió en un problema de seguridad para la población.
¿La razón? El 5 de abril, un limpiaparabrisas asesinó a un conductor tras negarse a recibir su servicio. Rápidamente, la condenable conducta delictiva de uno estigmatizó a todos e hizo que el 14 de abril la municipalidad de Lima prohibiera este oficio en la capital.
Mientras los regidores celebraban la medida en el Palacio Municipal, en varias avenidas de la capital, en medio del bullicio y el calor, los limpiaparabrisas Andrés, Gilbert y Yanicelli piensan cómo se ganarán la vida ahora.
Trabajo informal
Andrés (45 años) dice que todo lo que hace es por su hija y para que su mamá compre sus medicinas en Venezuela. Llegó al Perú huyendo del hambre de su país, pero no la tuvo fácil: “No podía rentar un local para una lavandería porque era extranjero, entonces me tocó limpiar lunas para sobrevivir”. Trabaja ocho horas al día y gana 60 soles. Ahora ya no podrá realizar su oficio y no sabe qué hará.
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Los que llegan a este trabajo, lo hacen por supervivencia “para generar un ingreso básico y alimentarse a ellos mismos o a su familia”, explica el sociólogo Robin Cavagnoud.
Una salida ante la pobreza que se agudizó con la pandemia y que ahora se ve afectada por una ordenanza que podría ser inconstitucional: “Las medidas son desproporcionadas, existen opciones mucho menos gravosas que podrían afectar menos el derecho a la libertad de trabajo”, explica el abogado laboralista Mariano Silva.
“Los venezolanos trabajamos en los que se nos ponga”, dice Yanicelli con firmeza —migrante venezolana y madre de una niña de tres años—, quien ahora que ya no podrá limpiar lunas, ha decidido vender caramelos. La informalidad sigue siendo su salida ante la falta de oportunidades, así como el 19,5% de los venezolanos que se dedican al trabajo ambulatorio, según un estudio de la organización Acción contra el Hambre.
“Ellos van a dedicarse a otras cosas, pero lo pueden hacer en condiciones más precarias todavía o en trabajos menos remunerados”, detalla Robin Cavagnoud, quien considera que las prohibiciones “rechazan el problema en vez de enfrentar la informalidad”.
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Estigma y criminalización
Originario de la ciudad de Barquisimeto, al noroeste de Venezuela, Gilbert resalta por sus ojos cansados y delgadez; cuenta que transcurrieron seis años desde que llegó al Perú y que ahora, con 28 años, ha perdido la noción del tiempo y el contacto con su familia: “No sé qué día es hoy. No sé nada del mundo. No tengo ningún número, no tengo internet, no tengo teléfono. No tengo nada”.
Desde que estaba en su país sintió la carga discriminatoria contra este oficio: “El más vil, el más sucio, siempre ha sido el limpialuna”. Ahora en Perú y tras recorrer Piura, Trujillo y Chiclayo en busca de trabajo, también ha lidiado con el hecho de que piensen que puede ser un criminal: “No todos tenemos la culpa, uno no puede ver solo lo de las monedas, sino lo que uno tiene dentro del corazón”, confiesa.
El asesinato perpetrado por el limpiaparabrisas extranjero y el tratamiento de la noticia en muchos medios ha reforzado el discurso de que “las personas venezolanas en el Perú son una población vinculada con el aumento de la criminalidad”, explica Jessica Maeda, abogada e investigadora en derechos humanos. Aunque una encuesta de Idehpucp (2021) indica que solo el 13,8% de peruanos señaló haber sido víctima de un delito por parte de esta población.
Hace unas semanas atrás, en el Cercado de Lima, los familiares del hombre que fue asesinado por un sujeto identificado como José Jirón, no pudieron controlar su furia y agredieron al limpiaparabrisas. Foto: difusión
¿Qué hace el Estado?
“Son una amenaza”, “son un terror diario”, fueron algunas de las declaraciones de las autoridades limeñas, mientras desplegaban operativos para perseguir a los limpiaparabrisas. Uno denunció a La República que lo retuvieron por horas en una comisaría, pero no dio su nombre por temor a represalias. Días después, el 19 de abril, se publicó en El Peruano la ordenanza que prohibía su trabajo.
“Hay que hacer la división entre delincuentes y limpiaparabrisas. El problema de raíz son las oportunidades de empleo, que no se resuelve prohibiendo oficios”, detalla Mariana Alegre, directora ejecutiva de Lima Cómo Vamos. Ella agrega que los alcaldes “deberían preocuparse también por generar oportunidades de empleo. Buscar las herramientas del desarrollo urbano para propiciar zonas de desarrollo económico o temas de negocio”.
En medio del temor y la necesidad, algunos limpiaparabrisas seguirán ofreciendo sus servicios para sobrevivir, aunque tendrán que cuidarse de los que usan su oficio para delinquir, pues las autoridades hablaron sobre las medidas para erradicarlos, pero no para combatir la criminalidad ni la pobreza.