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Sociedad

En el hospital de Comas la lucha contra el virus se libra con solo 30 camas

Dura realidad. Este es el relato de una incursión a uno de los hospitales elegidos para la atención de pacientes con COVID-19 en Lima. La Unidad de Cuidados Intensivos tiene capacidad para 5 pacientes. Solo el 35% del personal está laborando porque los demás están dentro de los grupos de riesgo. Tienen material de seguridad hasta este fin de semana.

“Perdona la espera. Nos acaban de informar que en el hospital Cayetano Heredia se ha habilitado una cámara frigorífica con capacidad para 60 cadáveres. Ahora mismo tengo dos cuerpos en espera de ser llevados, pero la funeraria demora porque no se da abasto. Al menos ya podemos saber dónde llevar los cuerpos para su mejor conservación, hasta que la funeraria los recoja”.

Mientras habla, Julio Silva Ramos, director del hospital Sergio Bernales de Comas, no deja de impartir órdenes y hacer coordinaciones.

Este antiguo hospital es uno de los cinco nosocomios referenciales escogidos para la titánica labor de atender a pacientes con Covid-19 en Lima durante la pandemia.

En este tiempo todo ha sido cuesta arriba para su personal asistencial. Para tener una idea de la magnitud de la emergencia, no queda otra opción que estar allí, en el mismo lugar donde el personal médico se enfrenta minuto a minuto al virus.

De tripas corazón

El área habitual de emergencia pediátrica tuvo que ser adaptada. Reubicaron en otros ambientes a los pacientes antiguos y aislaron la nueva “zona Covid” del resto del hospital.

El Bernales atiende a la población de siete distritos de Lima norte, aproximadamente 4 millones de personas. Para los pacientes que requieren hospitalización por Covid-19, cuenta con 30 camas con puntos de oxígeno empotrado, y otras cinco camas en la unidad de cuidados intensivos (UCI).

“Tengo que decirlo, nos encontramos al borde de nuestra capacidad resolutiva. Hay días en que hemos tenido 35 hospitalizados. No se trata de que no queremos recibir pacientes, significa que, si nuestra capacidad es de 30 camas, a partir del paciente número 31 ya no podemos brindar el mismo estándar de atención que a los otros. Los tendremos que atender en un pasillo, sentados, con un balón de oxígeno… así estamos trabajando”, explica Ramos.

El Bernales cuenta con aproximadamente 1.500 trabajadores asistenciales, entre médicos, enfermeras, técnicos de enfermería, tecnólogos y farmacéuticos; pero, lamentablemente, el porcentaje de trabajadores que ahora mismo está en el hospital es de solo el 35%.

¿La razón?, ya sea por el factor edad o por tener una comorbilidad, muchos profesionales han tenido que dar paso al costado y dejar que sus colegas enteramente aptos estén al frente.

“Es por este motivo que muchos estamos haciendo turnos de 24 horas, porque simplemente no hay de otra”, me dice por su parte la médico Judith Danz, emergencióloga y jefa de emergencia del Comando Covid en este nosocomio, quien a partir de mi llegada se convierte en mi guía e interlocutora por medidas de seguridad.

En el frente de batalla

La doctora Danz me conduce por unos pasillos hasta llegar a una carpa donde tendré que colocarme implementos de seguridad para entrar al área Covid: tres pares de guantes son necesarios, un mameluco, lentes, gorro, botas, mascarilla y mandil. Cuando falta poco para completar el atuendo, me lanza una frase difícil de admitir: “tenemos material de seguridad hasta este fin de semana. Si no nos reponen, no sabremos cómo hacer”. Me quedo en silencio y es inevitable no sentir culpa por el privilegio.

“Tengo médicos que son altos y gruesos, no nos mandaron suficientes pantalones X o XL, y usan las otras tallas. Se les rompen, deberían cambiarse, pero las largas jornadas no les permiten estar saliendo continuamente de las salas”, señala.

Ya dentro del área de riesgo, el primer punto es la zona de triaje que recibe en promedio 90 pacientes al día. Una mujer con evidentes complicaciones para respirar espera sentada en una silla. Le tomaron una prueba hace tres días que arrojó negativo, pero hoy nuevamente está aquí. Mientras tanto, recibe oxígeno mediante un balón.

El otro ambiente es la zona de pacientes sospechosos. Aquí se les aplican las pruebas rápidas, y de confirmarse el diagnóstico son tratados en las salas denominadas Covid 1, 2, 3, 4, 5, y UCI, según la gravedad.

Las salas están llenas, pero en una de ellas hay una buena noticia. Rufina, una mujer de 67 años, sale hoy de alta. Ella ingresó con complicaciones el 10 de abril. A dos metros de distancia alcanza a decirme: “me están esperando afuera, hasta ahora no he visto a nadie”. Y es que así de dura es esta enfermedad: se apodera de ti y encima te condena a vivirla en soledad.

“Hemos tenido 12 altas a la fecha, lo que ha permitido seguir teniendo pacientes. Una familiar de Rufina estuvo también hospitalizada, lamentablemente no resistió. Rufina no lo sabe todavía”, me cuenta la doctora Danz.

En otra habitación, un hombre está boca abajo en una camilla. Su expresión de dolor y malestar quiebra hasta el corazón más duro. Hay otros pacientes que ya parecen rendirse, pero el personal médico les habla y les transmite aliento.

“¡Vas a comer todo, Carmen. Qué rico!” le dice la doctora Danz a otra paciente que se dispone a almorzar. Ella le sonríe. Es buena señal.

“Pese a toda la experiencia que podamos tener atendiendo emergencias, esta enfermedad es un verdadero problema porque avanza en solo horas. Es impredecible para nosotros, pero no hay tiempo para detenernos, hay que actuar”, me recalca la médico emergencióloga mientras nos acercamos a UCI.

Momentos que marcan

La fortaleza de este hospital está sin duda en su recurso humano. Las enfermeras, por ejemplo, podrían tener las cosas un poco más sencillas, si en las camas de los hospitalizados hubiera monitores electrónicos con la información clínica en tiempo real, pero no. Deben tomar temperaturas, medir la presión y demás procedimientos, de forma manual, a la antigua. Y mientras hacen los pedidos de reparación de equipos deben seguir trabajando.

“¿Sabes?, hay pacientes que antes de ser entubados nos han pedido papel y lapicero. Les han escrito cartas a sus familiares para decirles dónde tenían guardada su platita u otros datos de utilidad. Esas cosas te marcan, pero aquí no se puede llorar, eso lo dejas para cuando estás en tu casa, a solas”, sentencia Danz.

Ya en UCI, el médico emergenciólogo Roberto Moreno Cancha tiene un par de minutos para conversar. Me cuenta que ha tenido que atender hasta seis pacientes en un mismo turno. Hoy (jueves), afortunadamente, tiene solo dos.

“Por lo general, nuestro hospital atiende a pacientes con emergencias de tipo traumatológicas, heridos de bala, politraumatizados. Pero esta patología neumológica es sin precedentes. A la fecha, hemos tenido 15 fallecidos, el más joven tenía 38 años... Se les pone mucha adrenalina a cada uno de ellos, y perderlos duele bastante”, admite.

Le pregunto qué hace para poder desconectarse de toda esta situación cuando vuelve a casa. Hace una pausa y me responde que lee, pero inmediatamente se sincera y me dice: “no, en realidad no se logra desconectar, es difícil”.

Hay enfermeros que viven lejos del hospital. Uno de ellos me cuenta que vive en Canto Grande, en San Juan de Lurigancho, y, debido a la distancia, hace turnos de 24 horas: ingresa a las 8:00 a.m. y sale a la misma hora al día siguiente. Debe salir desde antes de las 6 de la mañana para poder llegar al hospital, y cuando llega a casa inmediatamente se ducha y duerme hasta que solo es despertado para comer. Todos están agotados, desde el más experto hasta el más novato.

En uno de los pasillos le pregunto a la doctora Danz qué ha pasado con los médicos extranjeros a los que se les dio carta libre para sumarse, y aquí salta otra limitante: “sí, esa ha sido una salida, pero lamentablemente no todos están colegiados. La norma técnica lo exige, pero qué profesional ahora tiene dinero para colegiarse”, señala.

Con o sin Covid, se sabía que una de las más grandes limitaciones de nuestro sistema de salud es la falta de especialistas, y la pandemia ha expuesto esta falencia mucho más.

La norma establece que sea un médico intensivista quien esté a cargo de las salas UCI. Los emergenciólogos cuentan con la capacidad y también están al frente, pero la necesidad es tal, que la norma ha tenido que ser flexible y darles carta abierta a los de otras especialidades. En el hospital Sergio Bernales hay cinco intensivistas, pero dos tuvieron que irse a sus casas por estar en grupos de riesgo.

Dejamos la sala Covid, un área que en el año 1991 atendió a pacientes durante la epidemia del cólera. Era un espacio más amplio, claro, pero estuvo saturado. Han pasado 29 años, y en el hospital Sergio Bernales sigue la misma situación: desbordados, a poco del colapso, con un personal que hace de tripas corazón y una población que se ampara en ellos para poder seguir viviendo.

Opiniones

Judith Danz, médico

“No tenemos intensivistas y estamos recurriendo a los médicos de otras especialidades que también manejan ventilador mecánico para que puedan asumir la labor que se hace en las salas de UCI".

Roberto Moreno, médico

“Somos los emergenciólogos los que atendemos el grueso de los pacientes Covid, somos los que reanimamos o revivimos a los pacientes. Estamos dando todo de nosotros para salvar a nuestros pacientes en esta lucha".

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