No se trata de reinventar la política, sino de repensar el diseño de las plataformas que compiten por hacerse con la administración del país para servirlo -y no para servirse- mejor.,¿Se siente usted representado por algún partido político de los que alcanzaron algunas curules en las últimas elecciones? Con una desaprobación que ronda el 90% en todo el Perú, lo más probable es que su respuesta sea no. En general, es raro que los congresos tengan aprobaciones altas. El congreso de Estados Unidos tiene 21% de aprobación y 74% de desaprobación según la encuesta de Gallup de noviembre último y en el vecindario y en Europa las cosas son muy parecidas. Y la clave en casi todos los casos es la representatividad y un divorcio entre la expectativa del ciudadano y lo que en efecto puede lograr el congresista en beneficio de ese ciudadano que le dio su voto. La disparidad y diversidad de ideas, de intereses y de personalidades dan la impresión de que todos los que están allí en el Congreso gritándose unos a otros representan algún interés propio o individual antes que común. Está, además, el hecho de que los congresos no pueden, por sí mismos, “hacer” gran cosa. No en el sentido en el que el Poder Ejecutivo “hace” carreteras o puentes o colegios u hospitales o crea o impulsa programas sociales y de alivio a la pobreza. Así se entiende mejor por qué son poco apreciados en general: no parece que hicieran gran cosa y lo poco que logran parece que fuera para ellos mismos o para los que les financiaron las campañas. En el Perú, el Congreso está inundado de gente cuestionada por los más diversos motivos y delitos que van desde narcotráfico hasta violación, pasando por robo, usurpación, falsedad genérica, cohecho y mucho -mucho- más. El Congreso peruano produce montones de normas ambiguas y nimias y casi siempre está en el límite de la legalidad porque intenta sacarle la vuelta a la ley y hasta a la Constitución con leyes con nombre propio o de menor rango que luego el Tribunal Constitucional declara improcedentes. Nuestros parlamentarios protagonizan groseros blindajes a delincuentes sentenciados y promueve leyes que benefician a empresas y sectores que contratan con los familiares de los congresistas que votan a favor de esas empresas y sectores. ¿Quién -que no sean los delincuentes sentenciados que siguen siendo congresistas o las empresas que hacen lobbies- puede sentirse representado por un Poder Legislativo como ese? Y, sin embargo, es probable que haya algún congresista que, aunque no represente sus particulares intereses o preferencias o incluso no comparta su línea ideológica, le caiga bien o le parezca que está haciendo un trabajo aceptable. Sí, es verdad, no serán muchos y quizás le sobren los dedos de las manos para contarlos, pero allí están. Ahora, ese congresista por el que sí votaría, ¿a qué partido pertenece? ¿A qué partido perteneció antes? ¿Va a seguir existiendo ese partido tras las próximas elecciones? ¿Cuál es la probabilidad de que se cambie de tienda (nunca más literal) política para volver a participar en las elecciones dentro de 7 años? Y durante esos cinco años en los que no se podrá reelegir, ¿qué va a hacer? ¿Política partidaria? ¿Se conectará con las bases? ¿Creará redes? ¿Fomentará e impulsará la cultura política para que la gente sepa qué exigir y qué esperar de sus congresistas y sea capaz de reconocer quién le está mintiendo y por qué? ¿Cuántos de los buenos que no se reelegirán el 2021 regresarán al sector privado o a alguna ONG y cuántos construirán o ayudarán a construir plataformas electorales más estables y orgánicas? Es difícil decir. Los partidos políticos como los entendíamos en el S XIX y buena parte del S XX no existen más y esa forma política no va a volver. Por eso la ley antitránsfuga a la que se aferra con desesperación el fujimorismo (para no terminar de di-sol-ver-se) era una mala idea desde el principio aunque fue apoyada por bienintencionados pero un poco despistados congresistas: el Perú que vio nacer esa idea ya no existía. La política debe ser atractiva porque servir al país debería ser atractivo. De otro modo, es una forma de ganarse el pan exactamente como vender autos usados como si fueran nuevos. No se trata de reinventar la política, sino de repensar el diseño de las plataformas que compiten por hacerse con la administración del país para servirlo -y no para servirse- mejor. El costo de oportunidad de ser congresista debe dejar de ser poner un chifa.