Lula se empeñó en ser el candidato hasta el último momento, cuando ya se sabía que solo quería evitar la cárcel.,Perdonen el drama, pero cómo nos duele Brasil en los últimos años. Mañana se realizará la segunda vuelta de las presidenciales y -si las encuestadoras no se equivocan- todo hace indicar que el hombre de extrema derecha, Jair Bolsonaro, será el nuevo mandatario de esa nación. Mucho se ha hablado ya de Bolsonaro, de su misoginia, racismo y homofobia. De su nostalgia por la dictadura brasileña y su respaldo a las torturas. De su rechazo a la ONU y a los derechos del trabajador. Y se ha mencionado su visión de gobierno que va entre el liberalismo y la fe evangélica. Pero pocos se han referido a la izquierda y a Lula, a su gran responsabilidad por esta crisis, por esta aversión de millones de brasileños a votar por la opción progresista que representa el académico Haddad. La izquierda petista, como la mayoría de izquierdas de América Latina, no supo reaccionar frente a la corrupción, pese a la dimensión que alcanzó el escándalo Odebrecht. Optó o por el silencio o por el tartamudeo justificador. Como ante el desastre en Venezuela o la represión de Ortega. Y Lula, quien llegó a ser el ícono de la izquierda latinoamericana, se empeñó en ser el candidato hasta el último momento, incluso cuando ya se sabía que lo suyo era solo un acto de sobrevivir, de evitar la cárcel. Pensó más en él, en su figura cercada, y no en el país que ahora queda a expensas de los Bolsonaro. Es, precisamente, lo que le reprochan los sectores no petistas, que veían en el laboralista Ciro Gomes un mejor candidato para unir al progresismo. En fin, mañana veremos lo que no queremos ver.