Se les niega a los jóvenes herramientas esenciales para tomar decisiones informadas, autónomas y saludables.,Pareciera que hemos alcanzado cierto consenso sobre la necesidad de enfrentar colectivamente la violencia contra la mujer. Al menos la más visible. Donde no hay acuerdo, sin embargo, es en cómo hacerlo. Al gobierno le está costando demasiado llamar machismo a lo que es machismo y violencia de género a lo que es violencia de género. Se muestra excesivamente condescendiente con posiciones radicales como la de los opositores a la educación sexual y al enfoque de género en las escuelas. Tampoco ve problemas en adherirse a la fórmula sancionadora, que es efectista pero ineficaz, antes que a la preventiva. No olvidemos que la aplicación de una parte del currículo escolar, referida justamente a estos temas, se encuentra suspendida por una medida cautelar presentada por una caterva de reaccionarios que considera que un escolar no está preparado para hablar de esos asuntos, como si el deseo y la experimentación sexual aparecieran de pronto con la mayoría de edad. En un país donde los adolescentes inician su vida sexual apenas acabada la primaria, la mayoría de veces intuitivamente y sin información, en algunos casos de manera forzada, no hablar de estos temas transparentemente constituye una forma de violencia institucionalizada que afecta principalmente a las mujeres y define el destino de generaciones enteras. Se les niega a los jóvenes herramientas esenciales para tomar decisiones informadas, autónomas y saludables. Decisiones responsables no solo con su propio cuerpo e integridad, sino con los de la persona que tienen al frente. Combatir la violencia de género requiere de un cambio estructural que rompa la cultura del machito. Esto implica, entre otras medidas, una educación libre de prejuicios que enseñe lo que es el consentimiento y desarrolle una mirada responsable de nuestra sexualidad, así como de respeto a los demás. Sin eso, todo volverá a quedarse en buenas intenciones.