Las huellas del oscurantismo
Requerimos de autoridades que mantengan el carácter laico y ajeno a las confesiones religiosas de cualquier tipo del Estado peruano.

Costó mucho a la sociedad peruana obtener la libertad, incluida la de culto, que no vino incorporada en la declaración del 28 de julio de 1821, sino que se obtuvo con esfuerzo mucho después de la independencia. Resultamos siendo al final un Estado laico, no confesional, que garantiza la libertad de culto; es decir, el respeto a profesar cualquier religión sin ser perseguido por ello.
No hay que olvidar que la Santa Inquisición mantuvo férreo control por cientos de años en estas tierras, en las que se multiplicaban las acusaciones de brujería y otras supercherías que les costaron la vida y la salud a muchas personas (solo basta ver el Museo de la Inquisición para saber de qué eran capaces). Recién en 1820 nos libramos de este tribunal que juzgaba básicamente nuestras creencias y nos obligaba a hacer pública nuestra confesión de fe, sancionando horriblemente cualquier desvío en ese conjunto de ideales, por mínimo que fuera y según su subjetiva interpretación.
En estos últimos días hemos podido apreciar a algunas instituciones del Estado peruano haciendo caso omiso a la determinación de nuestros fundadores. Cadenas de oración, declaraciones piadosas, marchas y otras muestras de adhesión a la fe cristiana que no les corresponden por su condición de funcionarios públicos. Esas expresiones hay que guardarlas para espacios privados, donde somos dueños de adherir a cualquier creencia o abrazar cualquier culto.
Es evidente que no se trata de la primera vez que algo así ocurre en la historia de la república. Solo hay que recordar al juvenil Haya de la Torre comandando una protesta que dejó varios muertos en mayo de 1923 por el intento fallido de consagrar al Perú al Corazón de Jesús, durante el oncenio de Leguía.
Esta defensa de la libertad de culto es un componente importante en la búsqueda de tolerancia y pacificación entre peruanos. No podemos agregar más factores a la desunión y a la completa polarización en la que subsistimos como sociedad. No alentemos más esta defensa pública de una fe religiosa, porque no corresponde y hace daño a la vigencia de las libertades y la democracia.