Mucho ha dado que hablar el sorprendente resultado que el republicano Donal Trump obtuvo dentro del voto Latino que, por tradición, es más proclive al voto demócrata. Los republicanos lograron erosionar el voto demócrata latino incrementando hasta en 70% sus resultados en las elecciones pasadas. Trump, el candidato que nos desprecia, el que evidencia racismo y xenofobia en sus comentarios hacia nuestra variopinta comunidad de 65 millones de personas, cerca del 20% del total poblacional de EEUU, ganó, por primera vez en cinco elecciones, con un 55 %, el voto masculino.
El voto latino constituye un, nada despreciable, 12% del electorado. Sin embargo, hablar del voto latino es, en realidad, hablar de los votos latinos, pues no se trata de un sector tan homogéneo como, por ejemplo, el voto afroamericano que, en su mayoría, tiene un pasado, una historia y una cultura común. Lo latino es muy distinto, pues cada país tiene sus motivaciones, sus particularidades y sus sincretismos internos. Tan simple como pensar que algunos son mexicanos que tienen USA al lado, otros venezolanos huyendo de Maduro, otros cubanos con ciertas prerrogativas, huyendo de la dictadura castrista, otros puertorriqueños con papeles, otros peruanos, colombianos, etc., etc., a quienes, acaso, lo único que nos hilvana es la religión, la lengua y el sueño de tener una vida mejor en EEUU. No es poca cosa, aquello que nos une, pero, a la postre, ¿qué pueden tener en común un mexicano de Michoacán con un argentino de Buenos aires, con un cubano de Sierra Morena o con un peruano de Huancayo, más allá del anhelo individualista de un progreso monetario? La mayoría de los latinos son ahora hijos o nietos de migrantes que ya se han asimilado a los jóvenes de EEUU y que ya hablan mejor el inglés, que es su lengua nativa, que el español de sus antepasados.
Al hombre latino no le interesan mucho las políticas social progresistas como el derecho a decidir sobre el aborto, los programas de salud, las minorías sexuales o étnicas. Lo que les interesa es le economía, como primer peldaño elemental de mejora de vida. Si me va bien económicamente a mí y a los míos lo demás viene por añadidura y allí recién tendré tiempo de pensar en el resto. Trump logró instalar el discurso de que con él las cosas irán mejor. Por este éxito narrativo es que no importó mucho, entre los hombres latinos, que nos diga ladrones, violadores, narcotraficantes o hasta que nos comemos las mascotas. En nuestros días, es entendible que el adulto latino de EEUU ya no quiera que sigan llegando más latinos que pongan en juego su nuevo status y su nuevo posicionamiento en la pirámide social gringa. Estas espaldas a sus orígenes, esta “insolidaridad”, puede explicarse desde la psicología social, la misma que apunta las maromas emocionales del votante latino que, frente a Trump, tiende a pensar que las muestras de desprecio del republicano se refieren a “otros” latinos, que Trump no “odia” a los latinos, si no que odia a los delincuentes, aprovechando lo que podríamos llamar el “auto rechazo” que muchos latimos sienten por sus países de origen.
La idiosincrasia latina en EEUU parece haber evolucionado a tal punto que no es lo mismo ser de “origen latino” que “latinoamericano”. Trump logró explotar ese nicho aspiracional de pertenencia, dándonos el señuelo de que votando por él seremos menos discriminados, seremos parte de su tribu, seremos lo más parecido a un gringo estereotipo y nos subiremos al bus de los que mandan. Otro factor para tomar en cuenta es el llamado pentecostalismo, movimientos evangélicos de iglesias que, junto al catolicismo, conforman un bloque religioso que atrae el latino que es mayoritariamente conservador y que se siente representado y protegido por los republicanos.
De acuerdo a varios jefes de campaña a los que he podido leer, post elecciones, también hay que referirse a las influencias familiares, a que los latinos especialmente están casándose con miembros de otros grupos raciales, y que eso influye en nuevas ideologías y preferencias políticas. Un dato adicional, es que más del 80 por ciento de los hispanos no tiene educación universitaria, pero tienen ambiciones. Muchos vienen de regímenes autoritarios y no ven al gobierno como una solución sino como un problema. Como advierte Mark Hugo Lopez, Director de Investigación sobre raza y Etnicidad en del Pew Research Center, “aquí se empieza a forjar la teoría de Reagan, que sabía que para los latinos el núcleo familiar es lo más importante, que nuestras creencias religiosas se convierten en guía en la vida, que somos ambiciosos y que a Estados Unidos venimos a trabajar duro y a hacerla y muchos vean al partido republicano, no como el partido de los ricos, sino como el partido que les muestra el camino para hacerse ricos”. Lo demás, ya no importa, o ya no importa tanto.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.