Hay quienes dicen que las ovejas pasan toda su vida temiendo al lobo, para finalmente terminar siendo alimento del pastor. Entender esta dinámica es comprender algunos de los elementos centrales en el juego de la política.
Salvando las diferencias obvias y la discusión inoportuna, sobre lo que sería o no la histórica naturaleza ovina de la ciudadanía peruana, no puedo evitar preguntarme -con guiño, además, a la referencia noventera que acaba de leer- si los últimos paros organizados y apoyados por los diferentes gremios de la sociedad civil, a lo largo de nuestro territorio, es un caso de ovejas dándose cuenta de las verdaderas intenciones del pastor (Estado).
En otras palabras, si estamos finalmente despertando o reaccionando a la realidad de que el pastor y sus agentes están mucho más interesados en mantener el statu quo, negarse a reconocer errores o su propia ineptitud para responder a las nuevas tendencias y formas de criminalidad que azotan el país, que en proteger nuestras vidas.
La inseguridad ciudadana, y el crimen organizado al que responde, es el síntoma de un problema estructural, que además expone la debilidad de la acción estatal. La capacidad estatal para el manejo de esta crisis, y todas las demás, además está directamente relacionada a la gestión de las agencias responsables, sus prácticas organizacionales y la forma en que se toman las decisiones.
Harían bien nuestras autoridades recordar que las víctimas tienen derechos, y los Estados tienen responsabilidades. Pueden ser Rambo, y responder a bala con bala -agravando el problema a largo plazo e incrementando exponencialmente el número de víctimas- (hacia allá vamos); o ser Sherlock y desarrollar una estrategia de largo plazo, sostenible, estudiada y basada en la evidencia de lo que si ha funcionado. Claro, dejando el ego, intereses y hambres personales, y la necesidad de reconocimiento, fuera de la puerta.