No son los líderes ni los jefes de las bandas, pero son los encargados de llevar a cabo el trabajo más sanguinario de una organización criminal: matar. Me refiero a los sicarios. Hace años que los asesinatos por encargo se ejecutan en nuestro país, aunque nunca tanto como en nuestros días más recientes. Solo este año estamos a punto de romper el récord de homicidios de los últimos 8 años, superando, hasta lo que va de octubre, los 1,500 asesinatos. El pavor ante la delincuencia no solo pasa por el hecho de que podamos ser nosotros, o alguno de los nuestros, las víctimas o el objetivo de algún criminal, lo cual es, por supuesto, el motivo principal de ese pavor. A ese atavismo que nos abruma se suma el hecho de que, en cualquier momento y en cualquier parte, pueden asesinar a alguien delante de nosotros o de nuestros hijos. Las fronteras mínimas ya se han cruzado. Ya no importa la presencia de niños, escolares, familia o vecinos, pues los sicarios no tienen ninguna consideración, ningún código. Simplemente matan, y lo ocurrido con un profesor en Ate, a quien asesinaron delante de sus alumnos, fue brutal. Lo vemos todos los días, particularmente yo, que narro noticias. Es paradójico: son las cámaras de seguridad las responsables de que esas muertes, por un lado, sean un poco más fáciles de investigar y que se capture a los asesinos, pero, al mismo tiempo, de que el escaso valor que puede tener la vida se nos enrostre con toda su crudeza, complicando el asunto a niveles existenciales debido a tanta muerte, porque nos recuerda la finitud, la caducidad de nuestras vidas. Nos trae a la cotidianidad ese lado tan oscuro que también tiene el ser humano, porque los que asesinan seres humanos son seres humanos, y eso aterra.
Propongo, en esta columna, mirar ese abismo de oscuridad humana a los ojos, mirar de frente a esas máquinas de matar. Apenas hay estudios criminológicos y metodológicos que indaguen sobre el perfil de los sicarios. Llegan, asesinan y desaparecen, de modo que su actividad criminal está asociada a una especie de ámbito secreto al que es muy difícil acceder, y es aquí donde nos adentraremos. Matar a sangre fría con la finalidad instrumental de ganar dinero no se puede entender recurriendo a los perfiles de aquellos sujetos que matan por otro tipo de motivaciones, tal como ocurre con los asesinos en serie, como las psicológicas, emocionales o sexuales. Lo que sí podemos decir es que el origen del asesino a sueldo, al igual que el del asesino en serie, es multifactorial. El sicario identifica a su potencial víctima, sea por foto o video. Luego empieza el seguimiento o reglaje hasta que encuentra el momento en que saca su arma, dispara la mayor cantidad de veces para asegurarse de cumplir la orden, y luego huye. Detrás del sicariato puede haber mucho más que una motivación pecuniaria, que va desde los 500 soles hasta los 10,000 dólares en nuestro país. Acaso el estudio más completo —de los pocos que existen— sobre esta faceta de la criminalidad se realizó en México, y estuvo a cargo de la doctora en psicología Arcelia Ruiz Vázquez, quien, sobre la base de cientos de entrevistas a sicarios presos en los últimos años, logró identificar cuatro diferentes perfiles de sicarios, de acuerdo con sus rasgos de personalidad, valores y motivación criminal, perfectamente aplicables a la realidad peruana.
El sicariato desvaloriza la vida y mercantiliza la muerte. A pesar de la gravedad de este fenómeno, no existen muchos estudios en Latinoamérica, y menos en el Perú, donde se suele abordar el tema de manera punitiva, sin explorar sus causas. Es importante ver las cosas de manera integral, enfocándonos en el abandono social y en estrategias adecuadas para su tratamiento y prevención, que no pasen solo por el castigo.
Es imposible negar el impacto social del sicariato en la cadena de una organización criminal y en nuestra vida cotidiana. Un oficio que cada vez se presenta como una opción viable ante la falta de oportunidades para los jóvenes en el Perú. La desesperanza por un futuro digno lleva a las personas a buscar estas opciones, ya que obtienen resultados inmediatos y es un "trabajo" que no exige mayor esfuerzo ni conocimientos específicos. Sin embargo, el sicariato no se puede explicar solo por las carencias familiares o el entorno violento y criminal en que se desenvuelve el individuo. Es la suma de estos factores lo que permite el surgimiento de este sicariato que está traumatizando a nuestra sociedad y que no parece tener solución a la vista, menos con las actuales autoridades.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.