Cada vez nos acercamos más a la esperada elección presidencial, el 2025 está a la vuelta de la esquina y debemos comenzar a ponernos serios frente a nuestras expectativas y realidades para tomar acción y hacer nuestra parte del trabajo. Recomiendo, entonces, que revisemos las condiciones mínimas de elegibilidad para el cargo más importante del país y, además, nos empecemos a cuestionar sobre qué tipo de presidente necesita nuestra república durante los siguientes cinco años.
Algunos parecen haber olvidado o querer —convenientemente— olvidar las condiciones mínimas para este puesto. Según lo establecido en el artículo 110 de la Constitución, para ser presidente hay que ser peruano de nacimiento, tener más de treinta y cinco años y gozar del derecho al sufragio; sin embargo, ahí no acaban los requisitos: recordemos que el artículo 113 del mismo texto constitucional establece como causal de vacancia la permanente incapacidad moral o física del presidente declarada por el Congreso, pues bien, tenemos que añadir a los criterios de contratación que el postulante cuente con dicha capacidad moral y física para ejercer el cargo (en este caso será voto popular el que definirá lo tolerable y lo intolerable en ese océano de subjetividad). Pero eso no es todo, añadamos a la fórmula el artículo 34-A de la Constitución; es decir, que sobre el postulante no podrá recaer “una sentencia condenatoria emitida en primera instancia, en calidad de autoras o cómplices, por la comisión de delito doloso”. Si tuviéramos un tablero del popular juego Adivina Quién, ya iríamos bajando varios rostros, ¿verdad?
Ahora bien, todavía podemos ir más allá y construir esa realidad que queremos. Si bien les digo que no es tan temprano, tampoco es tarde como para resignarnos a una oferta patética de candidatos que, a duras penas, cumplen con los requisitos mínimos de postulación.
Durante su discurso en la Convención Nacional Demócrata, Bill Clinton presentó una serie de preguntas que el electorado debe hacerse antes de votar y que me permitiré traducir al castellano: “¿Este presidente nos llevará hacia atrás o hacia adelante? ¿Dará a nuestros hijos un futuro más brillante? ¿Nos unirá o dividirá? ¿Aumentará la paz, la seguridad, la estabilidad y la libertad que disfrutamos y la extenderá a otros en la medida de nuestras posibilidades?”.
Clinton recuerda que son los electores quienes dirigen esta suerte de entrevista de trabajo denominada proceso electoral y que lo interesante es que esos “criterios de contratación” varían en función del contexto histórico y las necesidades de la gente. Si hubiese una forma de condensar esa gran demanda ciudadana en un solo mensaje, sería este verso que recitó en su discurso: “Acá están mis problemas, resuélvelos; acá están mis oportunidades, aprovéchalas; acá están mis temores, alívialos; acá están mis sueños, ayúdame a hacerlos realidad”. ¿Se imaginan una persona honestamente comprometida con ello?
Corresponde, entonces, preguntarnos qué queremos, cuáles son nuestras demandas, nuestras súplicas, nuestro grande, legítimo y contenido llanto. Creo que es más simple de lo que podría parecer, nosotros no tenemos en mente cifras astronómicas ni millonarios proyectos de inversión, tampoco calculamos cómo cerrar brechas de infraestructura ni mucho menos tenemos pensadas las estrategias para abordar los más urgentes problemas públicos. Nuestras demandas son puntuales y cercanas. Por más que todos en el Estado (como la presidenta en su verborrea de cinco horas el 28 de julio) y, muy pronto, los candidatos insistan en hablarnos con lenguaje técnico y un discurso alambicado que ni ellos mismos comprenden, los ciudadanos, vengamos de donde vengamos, solo deseamos autosostenernos y desarrollar nuestro proyecto de vida sin ser molestados.
En su libro autobiográfico Una tierra prometida (2020), Obama recuerda un viejo discurso de campaña en el que señaló que la mayoría de personas no buscan hacerse millonarias ni esperan que otros hagan lo que pueden hacer por sí mismas, pues “creen que si están dispuestas a trabajar deberían poder encontrar un empleo que permita mantener a su familia, que sus hijos deberían recibir una buena educación… y deberían poder costearse la universidad si se han esforzado para ello. Quieren estar a salvo de delincuentes y terroristas. Y consideran que, tras toda una vida digna de trabajo, deberían poder jubilarse con dignidad y respeto…”, tampoco esperan que su gobierno resuelva todos sus problemas, pero sí saben que un ligero cambio de prioridades bastaría para ayudarlos en ese camino.
¿Cuáles han sido las prioridades de los últimos cuatro presidentes (y vicepresidentes) electos? Evitar ser investigados por sus propias inconductas y sus presuntos delitos, beneficiar a sus allegados, familiares y benefactores, sino buscar la subsistencia en medio de una gresca entre partidos (o remedos de partidos) caníbal y voraz. Afirmaría yo que ninguno ha orientado el más mínimo esfuerzo para crear prosperidad y un ambiente que nos permita florecer, mucho menos han evitado molestarnos, incomodarnos y alterar nuestros trayectos que nunca son iguales ni tienen el mismo nivel de dificultad, pero que siempre son complejos.
Los peruanos necesitamos de un líder que entienda las reales necesidades de la gente, en su diversidad, que le resuelva los problemas, en su diversidad, no que le cree nuevos o que asuma cuáles son, en una ficticia homogeneidad; que aproveche las oportunidades de esa comunidad luchadora y enérgica que conforma la nación, no que le ponga trabas y obstáculos para crecer, no que los censuren, que los apaguen; que les dé seguridad para que vivan tranquilos sin temor a alzar su voz, a crear y amar, sin miedo a no poder costear un tratamiento contra el cáncer, a ser extorsionados si progresan o a ser asesinados si se resisten al yugo de la criminalidad; que allanen el camino para cumplir sus sueños, en equidad y sin distracciones. Aunque les causa indigestión a algunos, necesitamos un líder que crea en la justicia social, porque desatender las desigualdades es indigno de una democracia liberal.
Acá estamos los peruanos listos para volver a confiar en la democracia y depositar nuestros sueños en quienes nos ayuden a hacerlos realidad, pero solos no vamos a poder, necesitamos líderes que tengan esa voluntad real y ninguna reforma, reparación o ajuste en la sala de máquinas será suficiente sin ellos. Ya lo decía Sartori (1994), los sistemas políticos funcionan cuando los actores políticos quieren que funcionen.
Abogado, maestrando de Derecho Administrativo. Miembro del Consejo Consultivo de Perú Legal.