Se extiende peligrosamente la sensación de anomia en el país. Un sector como el de transporte público de pasajeros, que ha soportado marchas y contramarchas en materia de leyes, facilidades, exoneraciones, reconocimiento y formalización; ahora tiene una nueva carga: la extorsión.
Primero fueron las balas disparadas contra un vehículo con pasajeros; luego, granadas. Hasta que ayer se produjo el crimen de un conductor. Y para que no quede duda de la autoría, al pie del cadáver se dejó un mensaje amenazador: se paga o seguirán matando a los choferes.
Es un grave y revelador hecho de violencia que nos indigna, pero que también marca un punto de referencia. Es la hora del sálvese quien pueda. Ya no hay autoridad suficientemente legitimada que pueda poner orden. Ahora, la vida humana, el bien más preciado, no tiene valor. Los sicarios marchan por las calles estableciendo su propia ley. Esa que te obliga a pagar para salvar tu negocio, porque están en juego tu vida y la de tu familia.
¿Es producto del abandono gubernamental de las tareas que le competen directamente y de las leyes que se aprueban en el Congreso para facilitar los negocios ilícitos? Definitivamente, sí. Dina Boluarte ha ensayado 5 veces cambios en el Ministerio del Interior, sin que mejore un ápice la situación. El Congreso para salvar el cuello de varios políticos y dirigentes partidarios ha modificado normas y emitido otras, que facilitan la acción de los criminales y dinamizan las economías ilegales.
El solo hecho de haber elegido como presidente del Legislativo —con la mayor cantidad de votos de los últimos 5 años— a un parlamentario vinculado con la minería ilegal y que ha patrocinado leyes que la benefician es muy elocuente.
El Perú ahora es un rehén del delito propiciado por una troika compuesta por Keiko Fujimori, César Acuña y Vladimir Cerrón. Un país atado por fuerzas oscuras que apadrinan a políticos y autoridades para que los representen y velen por sus intereses. Es un panorama lamentable y que tiene claros responsables, quienes tendrán que rendir cuentas tarde o temprano.
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